Somos los únicos animales que fabulan, que
ahuyentan la oscuridad con cuentos, que gracias a los relatos aprenden a
convivir con el caos, que avivan los rescoldos de las hogueras con el aire de
sus palabras, que recorren largas distancias para llevar sus historias a los
extraños. Y cuando compartimos los mismos relatos, dejamos de ser extraños.
Al fin y al cabo, ¿qué es un cuento? Una secuencia de palabras. Un soplo. Una
corriente de aire que sale de los pulmones, atraviesa la laringe, vibra en las
cuerdas vocales y adquiere su forma definitiva cuando la lengua acaricia el
paladar, los dientes o los labios. Parece imposible salvar algo tan frágil.
Pero la humanidad desafíó la soberanía absoluta de la destrucción al inventar
la escritura y los libros. Gracias a esos hallazgos, nació́ un espacio inmenso
de encuentro con los otros y se produjo un fantástico incremento en la
esperanza de vida de las ideas.
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