domingo, 27 de enero de 2019

Momentos 18. "Las legiones malditas" de Santiago Posteguillo.


 
- Éstos no son mortales comunes -se dijo Caronte, mientras acercaba su barca hasta la mismísima arena de la playa del lago y dejaba que cada uno de aquellos hombres ascendiera a su embarcación. Eran cinco. Cinco senadores de Roma o quizá cinco de sus oficiales en el campo de batalla. Muchos muertos habían llegado de Roma en los últimos años, pero pocos que hubieran levantado aquel clamor entre los vivos y pocos que se condujeran con el orgullo y la serenidad con la que lo hacían aquellos hombres envueltos en sus togas blancas y armados con sus espadas y lanzas. Eran un grupo temible y Caronte no tenía duda que su deber debía ser el de conducirlos con rapidez en un rápido tránsito por el río Aqueronte hasta alcanzar la otra playa donde dejar a aquellas almas que, sin duda, debían seguir camino del Elíseo.
 
Caronte aún se sorprendió más cuando las en ocasiones embravecidas aguas del pantano se calmaron por completo al cargar aquellas almas en su barca. El anciano barquero que todo lo había visto se mostró algo perplejo y decidió seguir con su cometido en silencio sin atreverse siquiera a preguntar a los difuntos, como hacía en otras ocasiones, nada sobre su origen o sobre la causa de su muerte. Estaba intrigado, pero el porte y la dignidad de aquellos espíritus transeúntes le conminaban a guardar un prudente silencio. Así Caronte, sin saberlo, transportó las almas de Lucio Marcio Septimio, Quinto Terebelio, Sexto Digicio, Mario Juvencio y Cayo Valerio, por el pantano que separa a los vivos de los muertos. Su asombro era creciente, pues estaba acostumbrado a transportar almas tensas, con miradas nerviosas que intentaban escrutar su destino entre los vapores impenetrables de la ciénaga infernal. Sin embargo, aquellos espíritus transmitían una extraña sensación de paz. A medio camino, Caronte ya había forjado su opinión y no dejaba de mirar con admiración y respeto a aquellas cinco almas que navegaban con un orgullo inédito rumbo al infierno, con un porte y una templanza sólo propia de los héroes.
 
 

Favoritos 18. Las legiones malditas

Género: Novela
Subgénero: Histórica
Autor: Santiago Posteguillo
Título: Las legiones malditas
Año: 2008


Sinopsis:

Publio Cornelio Escipión, conocido por el apodo de Africanus, era considerado por muchos el heredero de las cualidades militares atribuidas a su padre y a su tío. Pero de ellos no sólo había recibido estos magníficos atributos, sino también algunos enemigos, entre otros Asdrúbal, el hermano de Aníbal, y el general púnico Giscón, quienes harían lo posible por acabar con su enemigo y masacrar sus ejércitos. Los enemigos también acechaban en Roma, donde el senador Quinto Fabio Máximo, en una jugada maestra, obliga a Escipión a aceptar la demencial tarea de liderar las legiones V y VI que permanecían desde hacía tiempo olvidadas en Sicilia. Así, según creía el senador, lograría deshacerse del último de los Escipiones. Pero otro era el destino de las legiones malditas que, de la mano de Africanus, lograrían cambiar un capítulo de la historia.
 
 
¿Os gustan las películas de romanos? Yo debo confesar que sí. Y Gladiator de Ridley Scott es sin duda una mis favoritas (la verdad es que el bueno de Ridley tiene unas cuantas en esa lista). No deja de resultar curioso este hecho porque como ya he comentado en alguna que otra ocasión no me suelen apasionar las novelas históricas… y las películas bastante menos.

Las legiones malditas fue un libro que le regalé a mi padre en Reyes de 2017. A él le gustaba mucho leer historia pero no se animaba con las novelas. Decidí probar suerte y cambiar un poco de tercio. Más de 800 páginas que consiguió terminar pero que no llegaron a entusiasmarle. Cada vez que le preguntaba sobre la lectura siempre me contestaba lo mismo: estos romanos se pasaban el día matando gente. Eran unos sanguinarios. Y no iba descaminado el hombre… Según una amiga bibliotecaria, las novelas de Posteguillo son mejor recibidas por los hombres que por las mujeres. Tanta sangre, tanta batalla… Yo aún no entiendo esa división entre novelas con temática para hombres y novelas pensadas para mujeres. Como tampoco comprendo a esa gente que deja de leer literatura infantil o juvenil por considerarla poco seria o irrelevante. ¡En fin! ¡Qué le vamos a hacer! Rarita que es una.
El caso es que el libro quedó aparcado en una de las estanterías del salón hasta que un buen día me quedé sin nada nuevo que leer. Lo miré. Era gordo, muy gordo. ¿Y si no me gustaba? Odio dejar los libros a medias (solo me ha pasado en tres ocasiones). Yo ya había leído con anterioridad alguna cosilla de Santiago Posteguillo (La noche en que Frankenstein leyó el Quijote, recomendado en este mismo blog) y me había gustado su forma de escribir. ¿Qué mejor referencia que esa?
 
Debo reconocer que caí rendida ante las legiones desde el capítulo uno. No sé, lo tenía todo en mi cabeza: los personajes, los escenarios, el vestuario, la atmósfera… No necesité demasiado esfuerzo para adentrarse en los acontecimientos que narraba. Acontecimientos que por otro lado conocía medianamente bien por mis estudios de Historia Antigua. Oxidados los tenía, no voy a negarlo. Las Guerras Púnicas y sus protagonistas hace muchos años que dejaron de preocuparme. Publio Cornelio Escipión nunca fue un personaje al que prestara demasiada atención en aquella época. Aunque como a la mayoría de la gente le sucederá sí recordaba a Aníbal y sus elefantes. Doy las gracias al autor por obligarme a repasar aquel período de la historia de Roma que ahora veo con ojos bien distintos.

 
 
Publio Cornelio Escipión. ¡Madre mía, menudo personaje para una serie! No puedo decir que sea un tipo que me haya caído especialmente simpático. Lo admiro por su juventud, por su inteligencia, por su genial visión estratégica en el campo de batalla (nada que envidiar a Alejandro o Napoleón), por su intuición a la hora de rodearse de hombres fieles hasta la muerte… Pero no deja de ser un hombre tan  ambicioso, cruel y despiadado como cualquiera de sus enemigos.
No me sucede lo mismo con la camarilla de aguerridos soldados de los que se rodea: Cayo Lelio, Lucio Marcio Septimio, Quinto Terebelio, Sexto Diginio, Mario Juvencio, Silano, Cayo Valerio… Hombres duros, hombres valientes para los que la Legión es su vida, servir a Roma su destino y Escipión su dios. Son ellos los que consiguieron arrancarme, por su entrega y su coraje, alguna que otra lagrimilla cuando sus almas por fin se encaminaron al Elíseo.
En definitiva, una lectura apasionante y muy didáctica. El apéndice con todos los términos en latín que enriquecen la narración es muy útil, al igual que los mapas y gráficos sobre la disposición de las tropas en las diferentes batallas. La legión ya no tendrá secretos para ti jajajajaj…
 
Al comprar Las legiones malditas ignoraba que formaba parte de una trilogía: Africanus. No sé si sucederá lo mismo con El hijo del cónsul y La traición de Roma, pero esta segunda entrega se puede disfrutar perfectamente independientemente de las otras dos.
 

sábado, 19 de enero de 2019

Poemas 7. "The Lady of Shalott" de Lord Alfred Tennyson

The Lady of Shalott

Lord Alfred Tennyson

(1832)

 
 
 
Part I
On either side the river lie
Long fields of barley and of rye,
That clothe the wold and meet the sky;
And thro' the field the road runs by
To many-tower'd Camelot;
The yellow-leaved waterlily
The green-sheathed daffodilly
Tremble in the water chilly
Round about Shalott.
 
Willows whiten, aspens shiver.
The sunbeam showers break and quiver
In the stream that runneth ever
By the island in the river
Flowing down to Camelot.
Four gray walls, and four gray towers
Overlook a space of flowers,
And the silent isle imbowers
The Lady of Shalott.
 
Underneath the bearded barley,
The reaper, reaping late and early,
Hears her ever chanting cheerly,
Like an angel, singing clearly,
O'er the stream of Camelot.
Piling the sheaves in furrows airy,
Beneath the moon, the reaper weary
Listening whispers, ' 'Tis the fairy,
Lady of Shalott.'
 
The little isle is all inrail'd
With a rose-fence, and overtrail'd
With roses: by the marge unhail'd
The shallop flitteth silken sail'd,
Skimming down to Camelot.
A pearl garland winds her head:
She leaneth on a velvet bed,
Full royally apparelled,
The Lady of Shalott.
 
Part II
No time hath she to sport and play:
A charmed web she weaves alway.
A curse is on her, if she stay
Her weaving, either night or day,
To look down to Camelot.
She knows not what the curse may be;
Therefore she weaveth steadily,
Therefore no other care hath she,
The Lady of Shalott.
 
She lives with little joy or fear.
Over the water, running near,
The sheepbell tinkles in her ear.
Before her hangs a mirror clear,
Reflecting tower'd Camelot.
And as the mazy web she whirls,
She sees the surly village churls,
And the red cloaks of market girls
Pass onward from Shalott.
 
Sometimes a troop of damsels glad,
An abbot on an ambling pad,
Sometimes a curly shepherd lad,
Or long-hair'd page in crimson clad,
Goes by to tower'd Camelot:
And sometimes thro' the mirror blue
The knights come riding two and two:
She hath no loyal knight and true,
The Lady of Shalott.
 
But in her web she still delights
To weave the mirror's magic sights,
For often thro' the silent nights
A funeral, with plumes and lights
And music, came from Camelot:
Or when the moon was overhead
Came two young lovers lately wed;
'I am half sick of shadows,' said
The Lady of Shalott.
 
Part III
A bow-shot from her bower-eaves,
He rode between the barley-sheaves,
The sun came dazzling thro' the leaves,
And flam'd upon the brazen greaves
Of bold Sir Lancelot.
A red-cross knight for ever kneel'd
To a lady in his shield,
That sparkled on the yellow field,
Beside remote Shalott.
 
The gemmy bridle glitter'd free,
Like to some branch of stars we see
Hung in the golden Galaxy.
The bridle bells rang merrily
As he rode down from Camelot:
And from his blazon'd baldric slung
A mighty silver bugle hung,
And as he rode his armour rung,
Beside remote Shalott.
 
All in the blue unclouded weather
Thick-jewell'd shone the saddle-leather,
The helmet and the helmet-feather
Burn'd like one burning flame together,
As he rode down from Camelot.
As often thro' the purple night,
Below the starry clusters bright,
Some bearded meteor, trailing light,
Moves over green Shalott.
 
His broad clear brow in sunlight glow'd;
On burnish'd hooves his war-horse trode;
From underneath his helmet flow'd
His coal-black curls as on he rode,
As he rode down from Camelot.
From the bank and from the river
He flash'd into the crystal mirror,
'Tirra lirra, tirra lirra:'
Sang Sir Lancelot.
 
She left the web, she left the loom
She made three paces thro' the room
She saw the water-flower bloom,
She saw the helmet and the plume,
She look'd down to Camelot.
Out flew the web and floated wide;
The mirror crack'd from side to side;
'The curse is come upon me,' cried
The Lady of Shalott.
 
Part IV
In the stormy east-wind straining,
The pale yellow woods were waning,
The broad stream in his banks complaining,
Heavily the low sky raining
Over tower'd Camelot;
Outside the isle a shallow boat
Beneath a willow lay afloat,
Below the carven stern she wrote,
The Lady of Shalott.
 
A cloudwhite crown of pearl she dight,
All raimented in snowy white
That loosely flew (her zone in sight
Clasp'd with one blinding diamond bright)
Her wide eyes fix'd on Camelot,
Though the squally east-wind keenly
Blew, with folded arms serenely
By the water stood the queenly
Lady of Shalott.
 
With a steady stony glance—
Like some bold seer in a trance,
Beholding all his own mischance,
Mute, with a glassy countenance—
She look'd down to Camelot.
It was the closing of the day:
She loos'd the chain, and down she lay;
The broad stream bore her far away,
The Lady of Shalott.
 
As when to sailors while they roam,
By creeks and outfalls far from home,
Rising and dropping with the foam,
From dying swans wild warblings come,
Blown shoreward; so to Camelot
Still as the boathead wound along
The willowy hills and fields among,
They heard her chanting her deathsong,
The Lady of Shalott.
 
A longdrawn carol, mournful, holy,
She chanted loudly, chanted lowly,
Till her eyes were darken'd wholly,
And her smooth face sharpen'd slowly,
Turn'd to tower'd Camelot:
For ere she reach'd upon the tide
The first house by the water-side,
Singing in her song she died,
The Lady of Shalott.
 
Under tower and balcony,
By garden wall and gallery,
A pale, pale corpse she floated by,
Deadcold, between the houses high,
Dead into tower'd Camelot.
Knight and burgher, lord and dame,
To the planked wharfage came:
Below the stern they read her name,
The Lady of Shalott.
 
They cross'd themselves, their stars they blest,
Knight, minstrel, abbot, squire, and guest.
There lay a parchment on her breast,
That puzzled more than all the rest,
The wellfed wits at Camelot.
'The web was woven curiously,
The charm is broken utterly,
Draw near and fear not,—this is I,
The Lady of Shalott.'
 
 
 
Y ahora, la preciosa versión de Loreena McKennitt:
 
 
 

La dama de Shalott

 

Parte 1
A las márgenes del río, allí se extienden
Campos anchos de cebada y de centeno
Que revisten desde el llano hasta su cielo;
Y los cruza aquel camino que conduce
A las torres: Camelot
Y la gente viene y va mirando fijo
Al lugar donde los lirios florecientes
Forman ronda de una isla, allí debajo:
Es la isla de Shalott.
Palidece el sauce, el álamo vacila
Y las brisas ya temblando se ensombrecen
Tras las ola que recorre para siempre
Ese río que vecino de la isla
Va fluyendo a Camelot
Cuatro muros grises, cuatro grises torres
Dan desdén a un exterior copioso en flores:
Son la isla silenciosa que aprisiona
A la Dama de Shalott
Junto al margen tras el velo de los juncos
Se deslizan las barcazas remontadas
Por equinos con sosiego; y escondidas
Van barquillas con sedoso, raudo impulso;
Van flotando a Camelot
¿Mas acaso alguien la vio agitar su mano?
¿O apoyada en el balcón de su ventana?
¿Quién conoce de la gente de este estado,
A la Dama de Shalott?
Sólo aquellos que a la siega van temprano
Entre tanta espiga lista de cebada
Escucharon la canción cuyo eso se halla
En el río dulce y claro serpenteando
A las torres: Camelot.
E impaciente el segador al plenilunio
Mientras pone su cosecha en altas parvas
Escuchándola musita: “Es la encantada,
es la Dama de Shalott”

Parte 2
Y una trama ella entreteje noche y día
Una tela rica y mágica en colores
Un susurro le ha predicho maldiciones
Si una vez mira curiosa y atrevida
Hacia abajo, a Camelot
No comprende del augurio el contenido
Y no tiene ya su vida otro motivo
esta Dama de Shalott
Y en la faz de una gran espejo cristalino
Que colgado permanece el año entero
Ve pasar la vida externa en un reflejo
Y aparece entre esas sombras el camino
Serpenteando a Camelot
Por su espejo pasa el agua cantarina
Las feriantes con sus capas coloradas,
Y los toscos, habitantes de la villa,
Van dejando atrás Shalott
Cada tanto ve un tropel de damiselas
O un abad sobre un jamelgo a lento paso
O un pasto mozuelo y pelo ensortijado,
O algún paje pelilargo, en ropas granas,
Pasa rumbo a Camelot
Y a través de los azules de su espejo
Caballeros, cabalgando, van de a dos,
Mas no tiene un caballero fiel y apuesto
Esta Dama de Shalott
Pero aún halla deleites en su trama:
Teje mágicas visiones del espejo
Pues frecuente y en las noches de silencio
Un cortejo funeral con tea y pompa
Marcha lento a Camelot
O en momento en que el cenit la luna logra
Dos amantes que recién se desposaron.
“Ya estoy harta de las sombras”
(Ay! la Dama de Shalott)

Parte 3
A distancia de un flechazo de sus torres
Cabalgaba entre las vainas de cebada
Y en las hojas todo el sol reververaba
Para arder sobre aquel bronce de las grebas
Del audaz Sir Lancelot
Y un cruzado rinde honores prosternado
Para siempre a una doncella, allí en su escudo
Que relumbra sobre el campo ya maduro
Que está al lejos de Shalott
Brillan libres ya las gemas de su brida
Cual visión de rama espléndida en estrellas
Que pendiera de galaxia empavonada
Y del freno se alborozan las campanas
Mientras marcha a Camelot
Y es trompeta poderosa y argentina
La que cuelga de su cinto blasonado
Cabalgando su armadura resonaba
Aunque lejos de Shalott
Bajo un cielo transparente y azulado
Fulguraban los doseles de su silla,
Y la pluma iba orgullosa sobre el yelmo:
Eran ambas llamaradas de un incendio
Cabalgando a Camelot
Y es cual largo y estelado meteoro
Que, debajo las estrellas en racimo,
Pasajero rasga el púpura nocturno
De la calma de Shalott
Su semblante bajo febo centelleaba;
Su corcel iba en espléndida herradura;
Por debajo de aquel yelmo la negrura
de sus rizos, ondulando, se asomaba.
Iba rumbo a Camelot
Su figura desde el borde copió el agua
Para enviarla hasta el cristal de aquel espejo
“Tira-Lira, tira-lira” por el río
Fue cantando Lancelot
Dejó ya su trama, paró su textura,
Cruzó con tres pasos su viejo aposento
Miró aquellos lirios: los vió floreciendo;
Miro ya aquel yelmo, miro aquella pluma
Dió su rostro a Camelot
Y el tejido se voló y flotó extendido,
Y el espejo se quebró de lado a lado.
“La desgracia me alcanzó” –fue el alarido
de la Dama de Shalott.

Parte 4
Del oriente todo el viento tempestuoso
Puso pálida la selva amarillenta,
Y el arroyo protestaba en sus riberas;
Y azotaba un aguacero tormentoso
Sobre toda Camelot
Y al bajar la Dama hallóse con un bote
Que flotaba bajo un sauce en la ribera.
Y en la proa de esa barca puso el nombre
De la “Dama de Shallott”
Ya en la opaca latitud de aquellas aguas
-Viendo toda la verdad de su infortunio
Como en trance de atrevido visionario
Con semblante ya vidrioso y macilento
Miró rumbo a Camelot
Y a la hora en que la luz ya fenecía
Las amarras liberó mientras subía
Y a parajes alejados llevó el río
A la Dama de Shalott
Blanco níveo iba ondulante su atavío
A siniestra y a la diestra de la nave,
-La hojarasca lloviznaba suavemente
Y a través de los sonidos nocturnales
Navegó hacia Camelot.
Mientras tato que la proa zahería
Los sauzales y los verdes derredores,
Su canción se oyó cantar por vez postrera
A la Dama de Shalott
Fue canción entre sagrada y lastimera
Cuyo tono fue de a poco decayendo
Con su sangre congelándose en silencio
Y sus ojos se volvieron sombra e eterna
Rumbo a aquella Camelot
Porque antes que las aguan la arrastrasen
A la casa más cercana de la orilla
Ya era muerta para siempre en su elegía
(Ay! La Dama de Shalott)
Bajo torres y balcones y fachadas
Por los pórticos y muros de los huertos
Como sombra de luz tenue fue boyando
Con su yerta palidez entre altas casas
En silencio a Camelot
Y al espacio de aquel muelle concurrieron
Caballeros y burgueses, lores, damas,
Y leyeron en la proa de la barca:
(Ay!) “La Dama de Shalott”
¿Quién es ésta?, ¿Aquí qué hace?, se decían
Y en las salas del palacio iluminado
Se apagó el sonido regio, en su alegría.
Los hidalgos con la cruz se persignaron
De temor, en Camelot.
Y en susurro, Lancelot, con voz muy queda,
Sólo dijo “Tiene un rostro muy hermoso;
Dios piadoso le conceda gracia eterna
A esta Dama de Shalott”.