domingo, 23 de junio de 2019

Música 3. "El Romance de Gerineldo"


El Romance de Gerineldo es uno de los romances más difundidos en toda España y Marruecos (conservado por los judíos sefarditas según el estudio académico de Manuel Alvar). Se trata de un breve poema épico lírico, anónimo, de tipo novelesco y que surge al final de la Edad Media. En su forma más antigua, forma parte del Romancero Viejo, un grupo de cortos poemas orales desgajados de los cantares de gesta castellanos a partir del siglo XIV.

Puede tener un origen legendario: los amores de Emma, hija de Carlomagno, y Eginardo, su secretario. Su eje temático es el honor, la honra y los convencionalismos sociales. Posee tres momentos, la invitación al goce y noche de amor; el presagio del rey y descubrimiento de la traición y la actitud de los amantes descubiertos.

El romance ha ido pasando de generación en generación de forma oral y en ese proceso ha sufrido numerosas  modificaciones y adaptaciones. Tanto es así, que en la versión más extendida en la actualidad aparece fundido junto con otro romance, el de La boda estorbada o La condesita, que le sirve como desenlace, tal y como se puede leer en un artículo de Enrique Baltanas o en el libro de Francisco Javier Satorre. 

La grabación que aparece más abajo fue realizada por las mujeres de una pequeña pedanía de Salamanca llamada Guadapero. Allá por los años ochenta del siglo pasado se reunieron en torno a un viejo radiocasete para salvaguardar el patrimonio oral que poseían. Los medios no eran los adecuados y de ahí que el sonido no sea muy bueno. Fue toda una grata sorpresa descubrir entre todas aquellas canciones ya olvidadas por las nuevas generaciones una joya tan antigua como El Romance de Gerineldo.

 
A continuación os dejo la letra de una de las muchas versiones que se pueden encontrar de este romance:

Romance de Gerineldo

Gerineldo, Gerineldo,
Gerineldito querido,

¡quién estuviera una noche
a tus lindos albedríos!

Como soy vuestro criado,
señora, os burláis conmigo.

No me burlo, Gerineldo,
que de veras te lo digo.

A que hora puede ser
señora lo prometido

Sobre las doce de la noche
cuando esté el sultán dormido

Cuatro vueltas dio al palacio
y otras tantas al retiro
Al ver que no había nadie
al cuarto la Infanta ha ido

Quien ha sido el atrevido
que a mi ventana ha venido

Gerineldo soy señora
que vengo a lo prometido

Se ha levantado la Infanta
y ha corrido los pestillos
y se han ido a la cama
como mujer y marido

……
Por la mañana dormidos
Cuando se levanta el Rey
no hay quien le de su vestido

Pregunta por Gerineldo
por Gerineldo querido


Unos dicen: no está en casa;
y otros que se habrá dormido.

Se levanta el Rey, su padre
y al cuarto de ella se ha ido

y los ha hallado a los dos
como mujer y marido.

"Si mato a mi hija infanta
dejo el palacio perdido

y si mato a Gerineldo
lo he criado desde niño.

Pondré mi espada por medio
pa que sirva de testigo."

A lo frío de la espada
la princesa lo ha sentido:

– ¡Levántate, Gerineldo,
que somos los dos perdidos,

que la espada de mi padre
entre los dos ha dormido!

– ¿Por dónde me iré yo ahora?
¿por dónde me iré, Dios mío?

Me iré por esos jardines
a coger rosas y lirios.

Y el rey, que estaba en acecho,
al encuentro le ha salido.

– ¿Dónde vienes, Gerineldo,
tan triste y descolorido?

– Vengo de vuestro jardín, señor,
de coger rosas y lirios.

– No me niegues, Gerineldo,
que con mi hija has dormido.

Hincó la rodilla en tierra,
de esta manera le dijo:

– Dame la muerte, buen rey,
que yo la culpa he tenido.

– No te mato, Gerineldo,
que te crié desde niño.

Para mañana a las doce
seréis mujer y marido.

Han inventado una guerra
entre España y Portugal

y nombran a Gerineldo
de capitán general.

La princesa, que lo supo,
no cesaba de llorar.

– Si a los siete años no vuelvo
tú ya te puedes casar.

Pasan uno, pasan dos,
los siete pasaron ya.

– La licencia quiero, padre,
para salir a buscar.

– La licencia tienes, hija,
la licencia tienes ya.

Se ha vestido de romera
y le ha salido a buscar.

Ha andado siete reinados,
no lo ha podido encontrar.

En lo alto de una loma
oye un becerro balar.

– Vaquerillo, vaquerillo,
por la Virgen del Pilar,

¿de quién es ese ganado
con tanta cruz y señal?

– Es del conde Gerineldo
que pronto se va a casar.

Al oír estas palabras
se ha caído desmayá.

– Toma esta oncita de oro
y llévame adonde está.

La ha cogido de la mano,
la ha llevado hasta el portal;

al pedir una limosna
Gerineldo salió a dar.

– ¡Ay, qué niña tan bonita,
ay, qué niña tan salá,

si te pasaras por Francia
donde mi mujer está!

– No me pasaré por Francia:
delante la tienes ya.

Las fiestas y los torneos
para la princesa irán

y la otra novia que tengo
en el convento la vida se pasará.
 

sábado, 15 de junio de 2019

Mundo Aurrimar. En manos de las musas 1: Pribylon


Son muchas las personas que durante estos años me han preguntado de dónde saco las ideas para escribir mis historias y sobre todo la cantidad de nombres que utilizo. La inspiración para todo ello puede llegar de cualquier parte: una película, un libro, una frase dicha por alguien al azar, un cuadro, un paisaje, un refrán, una canción… Intentaré ir desgranando todos esos pequeños secretos en sucesivas entradas. ¡Y hay muchos en La leyenda del Dios Errante! Pues tengo que reconocer que concebí la historia como una especie de homenaje todo aquello que de alguna manera ha ido marcando mi vida y modelando mi personalidad.
Voy a comenzar esta serie que he titulado En manos de las musas por uno de esos nombres que se quedaron grabados en mi mente sin saber muy bien por qué: Pribylon.

Desde un principio tuve muy claro que el barco de mis protagonistas iba a llamarse de esa manera. ¿Por qué? Os lo cuento:

¿Conocéis el film de 1952 El mundo en sus manos (The World in His Arms)? Dirigida por Raoul Walsh y protagonizada por Gregory Peck, Ann Blyth y Anthony Quinn, cuenta las andanzas del capitán Jonathan Clark apodado "el hombre de Boston", dueño de una goleta llamada La peregrina. Un audaz e intrépido cazador de focas que pretende comprarle Alaska a los rusos, y que para ello hace un trato con los banqueros de San Francisco. Sin embargo, esos planes se verán alterados por la aparición en su vida de la condesa rusa Marina Selanova de la que se enamora creyéndola una simple dama de compañía.
 
Acción, aventura, romance, comedia… ¿Cómo no podía convertirse en una de mis películas favoritas? De niña me encantaba y aún hoy sigo disfrutándola tanto o más que entonces. La veo una y otra vez y nunca me canso.
¿Y qué tiene todo esto que ver con el barco en el que navegan Adilaia de Galatia y sus amigos? ¡Pues muy fácil! ¿Dónde creéis que “el hombre de Boston” cazaba sus focas? “Rumbo a las Pribilon”, repetían una y otra vez los  marinos de esa emocionante aventura. O eso era lo que mi mente infantil entendía… Muchos años después, ya desarrollada mi curiosidad por conocer mundo, y tras volver a visionar la película, me dediqué a buscar en el mapa las dichosas islas. ¡Cuál no fue mi sorpresa al descubrir que durante toda mi vida había estado equivocada! No eran las islas Islas Pribilon sino Pribilof dónde se dirigían La Peregrina y sus competidores. Un conjunto de islas volcánicas situadas entre Alaska y la costa siberiana.
Una simple letra marcaba la diferencia. Pero poco me importaba tan nimio detalle. Para mí siempre terminaría con “n” y me prometí a mí misma que si algún día tenía un barco (algo bastante improbable porque me mareo un montón y tampoco tengo dinero para ello) lo bautizaría con ese nombre.
¡Dicho y hecho! El único barco que poseería jamás estaría en mi imaginación. No necesitaba buscar más. Tenía el nombre perfecto para la nave que capitaneada por Nemaio Mogar surcaría con elegancia y bravura todos y cada uno de los mares de un mundo llamado Aurrimar: Pribylon.
Y así fue como las Islas Pribilof del mundo real se grabaron como Pribilon en mi mente infantil y finalmente se convirtieron en Pribylon, en La leyenda del Dios Errante.

sábado, 1 de junio de 2019

Frases 2. Séneca


 
Etiam si ómnibus tecum viventibus silentium livor indixerit, venient qui sine offensa, sine gratia iudicent.
 
Aun cuando tus contemporáneos te silencien por envidia, otros vendrán que sin favor ni pasiones te harán justicia.
 
 Séneca,
Epistulae ad Lucilium, 79,17