domingo, 4 de marzo de 2018

Momentos 6. "La dama del alba" de Alejandro Casona


ABUELO.—¡Calla! Tienes dulce la voz, y es peligroso escucharte.

PEREGRINA.—No os entiendo. Si os oigo quejaros siempre de la vida, ¿por qué os da tanto miedo dejarla?

ABUELO.— No es por lo que dejamos aquí. Es porque no sabemos lo que hay al otro lado.

PEREGRINA.—Lo mismo ocurre cuando el viaje es al revés. Por eso lloran los niños al nacer.

ABUELO (Inquieto nuevamente).—¡Otra vez los niños! Piensas demasiado en ellos…

PEREGRINA.—Tengo nombre de mujer. Y si alguna vez les hago daño no es porque quiera hacérselo. Es un amor que no aprendió a expresarse… ¡Que quizá no aprenda nunca! (Baja a un tono de confidencia intima). Escucha, abuelo. ¿Tú conoces a Nalón el Viejo?

ABUELO.—¿El ciego que canta romances en las ferias?

PEREGRINA.—El mismo. Cuando era un niño tenía la mirada más hermosa que se vio en la tierra; una tentación azul que me atraía desde lejos. Un día no pude resistir… y lo besé en los ojos.

ABUELO.—Ahora toca la guitarra y pide limosna en las romerías con su lazarillo y su plato de estaño.

PEREGRINA.—¡Pero yo sigo queriéndole como entonces! Y algún día he de pagarle con dos estrellas todo el daño que mi amor le hizo.

ABUELO.—Basta. No pretendas envolverme con palabras. Por hermosa que quieras presentarte yo sé que eres la mala yerba en el trigo y el muérdago en el árbol. ¡Sal de mi casa! No estaré tranquilo hasta que te vea lejos.

PEREGRINA.—Me extraña de ti. Bien está que me imaginen odiosa los cobardes. Pero tú perteneces a un pueblo que ha sabido siempre mirarme de frente. Vuestros poetas me cantaron como a una novia.

Vuestros místicos, como una redención. Y el más grande de vuestros sabios me llamó "libertad". Yo misma se lo oí decir a sus discípulos, mientras se desangraba en el agua del baño: "¿Quieres saber dónde está la verdadera libertad? Todas las venas de tu cuerpo pueden conducirte a ella!"

ABUELO.—Yo no he leído libros. Sólo sé de ti lo que saben el perro y el caballo.

PEREGRINA (Con profunda emoción de queja).—Entonces, ¿por qué me condenas sin conocerme bien? ¿Por qué no haces un pequeño esfuerzo para comprenderme? (Soñadora). También yo quisiera adornarme con rosas como las campesinas, vivir entre niños felices y tener un hombre hermoso a quien amar. Pero cuando voy a cortar las rosas todo el jardín se me hiela. Cuando los niños juegan conmigo tengo que volver la cabeza por miedo a que se me queden fríos al tocarlos! Y en cuanto a los hombres, ¿de qué me sirve que los más hermosos me busquen a caballo, si al besarlos siento que sus brazos inútiles me resbalan sin fuerza en la cintura? (Desesperada). ¿Comprendes ahora lo amargo de mi destino? Presenciar todos los dolores sin poder llorar… Tener todos los sentimientos de una mujer sin poder usar ninguno… ¡Y estar condenada a matar siempre, siempre, sin poder nunca morir!

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