ABUELO.—¡Calla! Tienes dulce la voz, y es peligroso
escucharte.
PEREGRINA.—No os entiendo. Si os oigo quejaros siempre de
la vida, ¿por qué os da tanto miedo dejarla?
ABUELO.— No es por lo que dejamos aquí. Es porque no
sabemos lo que hay al otro lado.
PEREGRINA.—Lo mismo ocurre cuando el viaje es al revés.
Por eso lloran los niños al nacer.
ABUELO (Inquieto
nuevamente).—¡Otra vez los niños! Piensas demasiado en ellos…
PEREGRINA.—Tengo nombre de mujer. Y si alguna vez les
hago daño no es porque quiera hacérselo. Es un amor que no aprendió a
expresarse… ¡Que quizá no aprenda nunca! (Baja
a un tono de confidencia intima). Escucha, abuelo. ¿Tú conoces a Nalón el
Viejo?
ABUELO.—¿El ciego que canta romances en las ferias?
PEREGRINA.—El mismo. Cuando era un niño tenía la mirada
más hermosa que se vio en la tierra; una tentación azul que me atraía desde
lejos. Un día no pude resistir… y lo besé en los ojos.
ABUELO.—Ahora toca la guitarra y pide limosna en las
romerías con su lazarillo y su plato de estaño.
PEREGRINA.—¡Pero yo sigo queriéndole como entonces! Y
algún día he de pagarle con dos estrellas todo el daño que mi amor le hizo.
ABUELO.—Basta. No pretendas envolverme con palabras. Por
hermosa que quieras presentarte yo sé que eres la mala yerba en el trigo y el
muérdago en el árbol. ¡Sal de mi casa! No estaré tranquilo hasta que te vea
lejos.
PEREGRINA.—Me extraña de ti. Bien está que me imaginen
odiosa los cobardes. Pero tú perteneces a un pueblo que ha sabido siempre
mirarme de frente. Vuestros poetas me cantaron como a una novia.
Vuestros místicos, como una redención. Y el más grande de
vuestros sabios me llamó "libertad". Yo misma se lo oí decir a sus
discípulos, mientras se desangraba en el agua del baño: "¿Quieres saber
dónde está la verdadera libertad? Todas las venas de tu cuerpo pueden
conducirte a ella!"
ABUELO.—Yo no he leído libros. Sólo sé de ti lo que saben
el perro y el caballo.
PEREGRINA (Con profunda emoción de
queja).—Entonces, ¿por qué me condenas sin conocerme bien? ¿Por qué no
haces un pequeño esfuerzo para comprenderme? (Soñadora). También yo quisiera adornarme con rosas como las
campesinas, vivir entre niños felices y tener un hombre hermoso a quien amar.
Pero cuando voy a cortar las rosas todo el jardín se me hiela. Cuando los niños
juegan conmigo tengo que volver la cabeza por miedo a que se me queden fríos al
tocarlos! Y en cuanto a los hombres, ¿de qué me sirve que los más hermosos me
busquen a caballo, si al besarlos siento que sus brazos inútiles me resbalan
sin fuerza en la cintura? (Desesperada).
¿Comprendes ahora lo amargo de mi destino? Presenciar todos los dolores sin
poder llorar… Tener todos los sentimientos de una mujer sin poder usar ninguno…
¡Y estar condenada a matar siempre, siempre, sin poder nunca morir!
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