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viernes, 30 de mayo de 2025

Momentos 41. "El Héroe de las Eras" de Brandon Sanderson

   Antes, Sazed había examinado las doctrinas en sí mismas. Esta vez, se encontró estudiando a la gente que creía, o lo que pudo encontrar de ellas. Mientras leía de nuevo sus palabras, empezó a ver algo. Las creencias que había estudiado no podían separarse de la gente que las seguía. En abstracto, estas religiones eran rancias. Sin embargo, mientras leía las palabras de la gente, las leía de verdad, empezó a ver pautas.

   ¿Por qué creían? Porque veían milagros. Cosas que un hombre interpretaba como casualidad, eran una señal para un hombre de fe. Un ser querido que se recuperaba de una enfermedad, un afortunado acuerdo de negocios, una oportunidad de reunirse con un amigo perdido. No eran las grandes doctrinas ni los arrebatadores ideales lo que parecía convertir a los hombres en creyentes. Era la simple magia en el mundo que los rodeaba.

   ¿Qué fue lo que dijo Fantasma?, pensó Sazed, sentado en la oscura cueva kandra. Que la fe trataba de la confianza. Confiar en que había alguien vigilando. En que alguien haría que todo saliera bien al final, aunque las cosas parecieran terribles en el momento.

    Parecía que, para creer, había que querer creer. Era un acertijo con el que Sazed ya se había enfrentado. Quería que alguien, algo, lo obligara a tener fe. Quería tener que creer por las pruebas que se le mostraran.

   Sin embargo, los creyentes cuyas palabras llenaban ahora su mente habrían dicho que ya tenía pruebas. ¿No había recibido, en su momento de desesperación, una respuesta? Cuando estaba a punto de rendirse, TenSoon había hablado. Sazed había suplicado una señal, y la había recibido. ¿Era casualidad? ¿Era providencia?

   Al final, parecía que le tocaba a él decidir. Devolvió lentamente los diarios y cartas a sus mentes de metal, dejando vacía su memoria concreta de ellos, pero conservando los sentimientos que habían despertado en él. ¿Qué sería? ¿Creyente o escéptico? En ese momento, ninguna de las dos opciones parecía un camino claramente estúpido. Quiero creer, pensó. Por eso me he pasado tanto tiempo investigando. No puede ser las dos cosas. Simplemente, tengo que decidir.

   ¿Qué sería? Permaneció sentado durante unos minutos, pensando, sintiendo, y, sobre todo, recordando.

   Busqué ayuda. Y algo respondió.

   Sazed sonrió, y todo pareció un poco más brillante. Brisa tenía razón, pensó, poniéndose en pie y organizando sus cosas mientras se disponía a marchar. No he nacido para ser ateo.

 

domingo, 27 de abril de 2025

Momentos 40. "El vizconde demediado" de Italo Calvino

Por la noche, durante la tregua, dos carros iban recogiendo los cuerpos de los cristianos por el campo de batalla. Uno era para los heridos y el otro para los muertos. La primera selección se hacía allí en el campo. "Este lo cojo yo, aquél lo coges tú." Donde parecía que había algo todavía salvable, lo metían en el carro de los heridos; donde sólo había trozos y pedazos, éstos iban al carro de los muertos, para tener sepultura bendecida; lo que ni siquiera era un cadáver se dejaba de pasto a las cigüeñas. Por aquellos días, en vista de las pérdidas crecientes, se había dado la orden de no exagerar en los heridos. Por lo que los restos de Medardo fueron considerados un herido y colocados en aquel carro.

La segunda selección se hacía en el hospital. Después de las batallas el hospital de campaña ofrecía un espectáculo aún más atroz que las mismas batallas. En el suelo había la larga hilera de camillas con aquellos desventurados dentro, y a su alrededor se afanaban los doctores, arrebatándose de las manos pinzas, sierras, agujas, miembros amputados y ovillos de bramante. Muerto a muerto, a cada cadáver hacían lo imposible para devolverlo a la vida. Sierra aquí, cose allí, tapona heridas, volvían las venas como guantes, y las ponían otra vez en su sitio, con más bramante dentro que sangre, pero remendadas y cerradas. Cuando un paciente moría, todo aquello que tenía de aprovechable servía para recomponer los miembros de otro, y a otra cosa. Lo que más se enredaba eran los intestinos: una vez desenrollados ya no se sabía cómo meterlos de nuevo.

viernes, 18 de abril de 2025

Momentos 39. "Némesis" de Louise Cooper

—Yo no quería... —Se detuvo, mordiéndose la lengua al comprender lo lamentables, lo inadecuadas que eran sus palabras.—. Si pudiera hacer retroceder el tiempo...

—No puedes. Está hecho.

—Pero mi padre y mi madre...

—Están muertos. —La voz del ser poseía un frío tono despiadado—. Muertos, Anghara. Esa es la verdad y debes enfrentarte a ella. Fueron asesinados por los demonios que soltaste con tus propias manos... y no encontrarás refugio a tu culpa en la locura.

La muchacha contempló estúpidamente la espada, allí en el suelo, tan cerca de ella, pero, al parecer, inalcanzable.

—¿Ni en la muerte? —preguntó.

—Ni en la muerte. Morir sería fácil para ti. Abandonarías el mundo, lo abandonarías a merced de aquello que tú has soltado en él. Y eso, criatura, sería una nueva traición a la Madre de todos nosotros.

Las lágrimas empezaron a resbalar por las pálidas mejillas de Anghara. Era la primera brecha que aparecía en el muro de contención que la conmoción y la pena habían levantado en su interior, y aunque agradeció aquella liberación, era como un vino muy amargo.

—Si lo hubiera sabido... —murmuró con voz entrecortada.

—Criatura, lo sabías tan bien como cualquier otro miembro de tu raza. La Tierra, nuestra Madre, no te impuso una elección: Ella te ofreció la libertad de servirla o despreciarla, y fue tu propia voluntad la que te hizo escoger el sendero tenebroso.

sábado, 9 de noviembre de 2024

Momentos 38. El frío brillo de la esperanza

 

Un tutor y maestro que tuve me enseñó que el odio no necesita razones. Se alimenta de excusas. También me dijo que antes de desenvainar mi espada, debía estar seguro del motivo que guiaba mi mano y determinar si era justo o no.



 

lunes, 24 de junio de 2024

Momentos 34. La bella muerte

Y mi eterno enemigo, el tiempo que inunda, devora y fascina, hasta entonces sensible a mis palabras, no tendrá para mí, sin embargo, la menor piedad… Y con razón… soy el último hombre en la tierra. “Condena cósmica la mía”, exclamaré… “¡Ahí estás, único y verdadero dueño de tu destino, y nadie podrá verlo!” Nadie para admirar, elogiar y extasiarse… Y con razón… soy el último hombre sobre la tierra”.


Mathieu Bablet "La bella muerte"

 

martes, 12 de octubre de 2021

Momentos 33. “Fantasmas” de Peter Straub

Fue al cementerio. Estaba en una carretera llamada Pleasant Hill, en la salida de la ciudad, sobre una de las carreteras estatales (la vieja le dio buenas indicaciones) largas extensiones de campo marchitas bajo una nieve demasiado temprana y un viento que de vez en cuando levantaba una sábana plana de nieve suelta y la hacía levantarse y agitar los brazos. Es curioso lo perdido que parece este paraje a pesar de haber ido y venido por él la gente durante siglos. Parece maltrecho, nostálgico, con un alma que partió o se retiró lejos, en espera de algo que suceda y vuelva a despertarla.


miércoles, 2 de junio de 2021

Momentos 31. “El Trono de Huesos de Dragón” de Tad Williams

Detuvo sus palabras y se volvió para mirar a Simón, mientras su rostro aparecía cubierto por las sombras de la noche.

            —Tumet’ai hace tiempo que está enterrada —dijo, y se encogió de hombros—. Nada dura para siempre, ni siquiera los sitha…, ni siquiera el mismo tiempo.

            —¿Cuántos…, cuántos años tenéis?

            Jiriki sonrió y sus dientes brillaron reflejando un rayo de luna.

            —Soy más viejo que tú, Seomán. Volvamos abajo. Has visto y has sobrevivido a muchas cosas hoy, y sin lugar a dudas necesitas dormir.

Cuando regresaron a la caverna de la chimenea, vieron que los tres hombres que acompañaban a Simón y a Binabik estaban envueltos en sus mantos y roncaban profundamente. El gnomo había regresado  y estaba sentado, escuchando como varios sitha cantaban una lenta y triste canción que parecía el zumbido de un avispero y que discurría como un río. Sus notas inundaban toda la caverna con el fuerte aroma de alguna rara y marchita flor.

Envuelto en su propio manto y observando los reflejos del fuego sobre las piedras del techo, el muchacho se precipitó en el sueño, acompañado de la extraña música de la tribu de Jiriki.

jueves, 4 de febrero de 2021

Momentos 30. “El beso de la mujer araña” de Manuel Puig


—Tengo una curiosidad… ¿te daba mucha repulsión darme un beso?

—Uhmm… Debe haber sido miedo que te convirtieras en pantera, como aquella de la primera película que me contaste.

—Yo no soy la mujer pantera.

—Es cierto, no sos la mujer pantera.

—Es muy triste ser mujer pantera, nadie la puede besar. Ni nada.

—Vos sos la mujer araña, que atrapa a los hombres en su tela.

—¡Qué lindo! Eso sí me gusta.

—…

—Valentín, vos y mi mamá son las dos personas que más he querido en el mundo.



lunes, 19 de octubre de 2020

Momentos 29. "Guardianes de la Noche" de Serguei Lukyanenko

Pero una maldición sin más ínfulas, lanzada por un diletante o un aficionado, alcanza para una hora, dos o, como mucho, para un día. Y sus consecuencias, por muy desagradables que lleguen a ser, no son mortales. Aquello era otra cosa. El remolino negro que se elevaba sobre la joven era obra de un mago desarrollado, pleno y sumamente experimentado. Ella no podía saberlo, pero ya estaba muerta.

lunes, 28 de septiembre de 2020

Momentos 28. "Mientras la ciudad duerme" de Frank Yerby

Prólogo


A unas quince millas al norte de Nueva Orleáns, corre el río muy lentamente. Se ha ensanchado tanto que se asemeja al mar, y el agua adquiere un tono amarillento por el barro de medio continente. Donde el sol la hiere, parece dorada.
De noche habla el agua con voces oscuras. Va murmurando al pasar por Natchez Trace y por Ormand, hasta llegar al viejo dominio de D’Estrehan, junto al cual fluye cantando. Pero al pasar por Harrow lo hace silenciosamente. La gente dice que allí no puede oírse el sonido de las aguas por ser el río tan ancho. Los técnicos afirman que es por la forma del canal. Pero no es más ancho que en Ormand ni en D’Estrehan. Y, sin embargo, en Harrow está silencioso por la noche.
Harrow debe ser visto después del anochecer. El claro de luna es más agotador. A través de las cuencas sin ojos de las ventanas brillan las estrellas. Pero por la noche, cuando la luna está en su plenitud, Harrow es magnífico. De día se advierte que la pintura blanca se ha desteñido y que han desaparecido las puertas, y a través de sus huecos y de las ventanas puede observarse que el barro y el polvo lo cubren todo. Pero de noche la luna repone el color blanco, y las sombras ocultan los yerbajos que crecen entre el enlosado pavimento. Las columnas corintias se yerguen, plateadas y finas; la gran galería se extiende a lo largo del frente, y el sendero de losas rojas atraviesa con perfectas curvas el jardín lleno de malezas donde antaño crecieron los jazmines del Cabo, y, pasando por el encenagado estanque va hacia la cocina, el trapiche y las casas de los esclavos.
Uno camina muy ligero sobre las losas y se resiste al impulso de girar súbitamente sobre los talones y volver a mirar hacia Harrow. Las luces no están encendidas; tampoco los candelabros de cristal. Y en el jardín, el aroma de los claveles, de la alhucema, del encrespado mirto blanco, de las rojas adelfas, de las mimosas, de las acacias, de las magnolias, de los jazmines del Cabo, de las rosas, de los lirios y de la madreselva son también fantasmas o invenciones de la imaginación, pero tan sugestivos que uno acaba arañándose las manos y los dedos con la dura e indudable realidad de los yerbajos.
La cocina, casita de ladrillos, está a oscuras. La amplia chimenea de catorce pies de anchura se halla silenciosa, cubierta de polvo frío. Pero las pequeñas cacerolas se encuentran aún sobre los trébedes, después de ochenta años, y los ganchos y los asadores están mohosos, aunque en el mismo sitio. Y los hornillos, de superficies planas, donde se colocaban las ardientes brasas, se hallan aún en el fogón, esperando que la vieja Caleen los empuje hacia el fuego, para cocer el pan de su amo mientras canturrea suavemente.
No es grato quedarse allí. Uno sale de la cocina de ladrillos y camina rápidamente por los viejos rieles que parten del trapiche, donde la maquinaria para triturar las cañas se oxida por la humedad; uno tropieza con los duros surcos, de una vejez de ochenta años, hechos en la piedra por los vagones que transportaban el bagazo que debía ser mojado por el río, hasta llegar al desembarcadero, donde desata el bote y da un tirón a la cuerda, para poner en marcha el pequeño motor fuera de borda. Se va luego río abajo por las tranquilas aguas, que ante Harrow están silenciosas, y ni siquiera se vuelve para mirar.

sábado, 28 de marzo de 2020

Momentos 27. "Beau Geste" de P.C. Wren


Una tarde de otoño, nuestras vidas cambiaron de un modo tan completo y repentino como inesperado. La acción de una persona alteró las vidas de todos nosotros y nos trajo sufrimientos, destierros, y hasta la muerte.

No he sido nunca un filósofo, pero me gustaría mucho demostrar, como convencido expositor de la doctrina del libre albedrío, que no somos más que las víctimas indefensas de las consecuencias de los actos ajenos. Y envidio la comprensión y la lógica de esos grandes cerebros, que fácilmente pueden conciliar hasta la tercera y cuarta generación, por ejemplo, con esta cómoda doctrina.

En aquella hermosa tarde de otoño, tan vulgar, tan segura y tan apacible, así como tan decisiva en nuestras vidas, estábamos sentados en la sala de Brandon Abbas, después de cenar, reunidos por última vez, aunque no lo sospechábamos. Estábamos presentes tía Patricia, el capellán, Claudia, Isobel, Miguel, Digby, Augusto Brandon y yo.

sábado, 7 de marzo de 2020

Momentos 26. "El hombre menguante" de Richard Matheson


Sí, seguía luchando para conseguir comida y agua, pero ¿no era eso inevitable si quería seguir viviendo? Lo que él quería saber era esto: ¿era una persona; era un individuo? ¿Tenía alguna importancia? ¿Acaso sobrevivir era suficiente? No lo sabía. Se durmió, acurrucado y tembloroso, ocupando el mismo espacio de una perla, y no pudo contestar a sus preguntas. Aquella araña era inmortal. Era más que una araña; era todos los terrores desconocidos del mundo unidos en un horror provisto de fauces venenosas. Era cada ansiedad, cada inseguridad y cada miedo de su vida que habían adoptado una forma espeluznante y oscura.



sábado, 8 de febrero de 2020

Momentos 25. "La saga de Geralt de Rivia" de Andrzej Sapkowski

-Cada vez que veo estas cosas -el brujo se sentó enfrente, mientras señalaba a los frascos y frasquitos-, me da por pensar si de verdad no se puede practicar la magia sin todas esas monstruosidades a la vista de las cuales el estómago se le revuelve a uno.
-Cuestión de gustos -dijo el hechicero-. Y de costumbre. Lo que uno le repugna, a otro no le afecta. Y a ti, Geralt, ¿qué es lo que te repugna? Curioso, ¿qué es lo que puede repugnar a alguien que, como he oído, es capaz de meterse entre estiércol e inmundicia por dinero? No te tomes esta pregunta como un insulto o una provocación. De verdad siento curiosidad por ver qué es capaz de provocar asco a un brujo.
-¿No contendrá por casualidad este frasquito sangre menstrual de una doncella, Istredd?
¿Sabes?, me produce asco el imaginarte a ti, un digno hechicero, con la botellita en la mano, intentando conseguir tal valioso líquido, gota a gota, bebiendo, por así decirlo, de la misma fuente.
-Tocado. -Istredd sonrió-. Hablo, por supuesto, de tu relampagueante chiste, porque en lo que concierne al contenido del frasquito no has acertado.
-Pero usas a veces esa sangre, ¿verdad? Para algunos de los encantamientos, por lo que he oído, no se puede ni empezar sin sangre de doncella, y mejor si la mató en luna llena un rayo caído de un cielo sin nubes. Sólo por curiosidad, ¿en qué es mejor tal sangre que la de una vieja ramera que yendo borracha se cayó por la empalizada?
-En nada -concedió el hechicero con una sonrisa amable en los labios-. Pero si se demostrara que ese papel en la práctica lo puede cumplir también la sangre de una cerda, dado que es más fácil de conseguir, entonces la chusma empezaría a experimentar con hechizos. Pero si la chusma tiene que recoger y usar la sangre de doncella que tanto te fascina, lágrimas de dragón, veneno de tarántulas blancas, un caldo de manos cortadas de recién nacidos o de un cadáver exhumado a medianoche, pues más de uno se lo pensará.

"La espada del destino"
 


 
"El último deseo"

domingo, 29 de diciembre de 2019

Momentos 23: "El ponche de los deseos" de Michael Ende

Sacó un documento de su cartera negra y se lo mostró a Sarcasmo.
—Usted conoce, sin duda, este contrato, señor Consejero. En su momento lo cerró personalmente con mi jefe y lo firmó con su propia mano. En él se dice que le son otorgados a usted durante este siglo, por parte de su Protector, poderes extraordinarios, realmente extraordinarios, sobre la naturaleza entera y sobre sus semejantes. Pero también se dice que usted se compromete a cumplir antes de fin de año, directa o indirectamente, las siguientes misiones: exterminar diez especies de animales, sean mariposas, peces o mamíferos; contaminar cinco ríos, o cinco veces el mismo río; provocar la muerte de diez mil árboles por lo menos, y así sucesivamente, hasta el último punto: desencadenar en el mundo una epidemia nueva cada año, como mínimo, que haga sucumbir a hombres o animales, o a unos y otros. Por último: manipular el clima del país de forma que se alteren las estaciones del año y haya períodos de sequía o inundaciones. Mi querido señor, en el año transcurrido solo ha cumplido usted la mitad de estas obligaciones. Mi jefe piensa que eso es lamentable, muy lamentable. Está enojado con usted. Y ya sabe qué significa eso para Su Excelencia. ¿Tiene usted algo que objetar?
Sarcasmo, que ya había intentado repetidas veces interrumpir al visitante, espetó:
 —Pero todavía no se ha acabado el año. ¡Por todos los diablos! Aún estamos en la tarde de San Silvestre. Tengo tiempo hasta medianoche.
El señor Oruga lo miró con sus ojos sin párpados.
—Es cierto, ¿y piensa usted... —echó una ojeada al reloj y prosiguió— realizar todo lo que le falta en las pocas horas que quedan? ¿Lo piensa realmente?
—¡Naturalmente! —chilló furioso Sarcasmo. Pero luego bajó súbitamente la cabeza y murmuró con voz casi imperceptible—: No, imposible.

domingo, 13 de octubre de 2019

Momentos 22. "Cien años de soledad" de Gabriel García Márquez


"Macondo era ya un pavoroso remolino de polvo y escombros centrifugado por la cólera del huracán bíblico, cuando Aureliano saltó once páginas para no perder el tiempo en hechos demasiado conocidos, y empezó a descifrar el instante que estaba viviendo, descifrándolo a medida que lo vivía, profetizándose así mismo en el acto de descifrar la última página de los pergaminos, como si estuviera viendo a un espejo hablando. Entonces dio otro salto para anticiparse a las predicciones y averiguar la fecha y las circunstancias de su muerte. Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos ( o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabará de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra."

sábado, 6 de abril de 2019

Momentos 21. "Santiago, un mito del futuro lejano" de Mike Resnick


Dicen que su padre fue un cometa y su madre un viento cósmico, que hace malabarismos con los planetas como si fueran plumas y lucha contra agujeros negros sólo para abrir el apetito. Dicen que nunca duerme, que sus ojos arden con un brillo más fuerte que el de una nova, y que su grito puede arrasar montañas.

            Lo llaman Santiago.


Allá lejos, en el Cerco Galáctico, en el borde mismo de la Frontera Exterior, existe un mundo llamado Azulplata. Es un mundo acuático; apenas un puñado de islas salpica el océano que cubre su superficie. Si uno se detiene en la más grande de las islas y contempla el cielo nocturno, se puede ver casi toda la Vía Láctea: un gran río titilante de estrellas que parece fluir a través de la mitad del universo.

            Y si lo haces obre la costa occidental de la isla, durante el día, de espaldas al agua, puede observar un loma cubierta de hierba. Sobre ella hay diecisiete cruces blancas, cada una con el nombre de un buen hombre o una buena mujer que alguna vez pensaron en colonizar este agradable mundo.

            Y bajo cada nombre aparece la misma leyenda, repetida diecisiete veces:

            Asesinado por Santiago.