Al mundo no le importa si te mueres. No escucha tus gritos. Si sangras en el suelo, el suelo se lo beberá. No le importan tus heridas. Me dije a mí misma que, cuando estuviera ante dios, sería lo primero que le preguntaría: ¿por qué crear un mundo tan maravilloso y llenarlo de monstruos? ¿Por qué crear las flores, y luego, serpientes para ocultarse bajo ellas? ¿Para qué sirve un tornado? Y, entonces, caí. Él no lo creó para nosotros.
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Las ciudades nos hacen débiles como especie. Allí los errores no tienen consecuencias. Aquí no se puede cometer ningún error, porque aquí, no importas. Al río no le importa si sabes nadar. A la serpiente no le importa cuánto quieres a tus hijos. Y al lobo no le interesan nada tus sueños. Si no logras vencer la corriente, te ahogarás. Si te acercas demasiado, serás mordido. Y si eres demasiado débil, serás devorado.
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Un rasgo que compartimos todos los animales, incluidos los humanos, es que no importa dónde estemos, si pasamos más de un día en un sitio, intentamos convertirlo en un hogar. Pero las llanuras nos son un sitio para construir un hogar. No hay recursos suficientes, no hay abrigo. Las llanuras son para los vagabundos, los trotamundos y los vaqueros. Su hogar es una silla; el cielo, su techo; y el suelo, su lecho. Las carencias materiales las minimizan, sabiendo que siempre están en su hogar. Para ellos, el viaje es el destino. Si encontraran oro al final de un arco iris, lo dejarían allí y buscarían otro arco iris, eligiendo la libertad por encima de todo.
Yo no he pensado ni una vez en Oregón. No he soñado con el mar o con montañas nevadas. Solo sueño con el viaje. Eso es todo. El oro no es para mí, solo el arco iris.
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La forma de saber si una tierra todavía no ha sido descubierta, es buscando las palabras para describirla. Si no puedes es que sigue virgen, libre de nuestras manos sucias. Verla, es sentirse silenciada por ella; quedarse si palabras ante su ilimitada uniformidad.
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