Mi
querida amiga Ana sigue escribiendo de forma regular en su blog (cosa que
agradezco después de haber pasado por una etapa de sequía en la que se la
echaba de menos). Me gusta leer sus historias: microrrelatos que con el tiempo
se van haciendo más extensos y que espero terminen algún día en una fabulosa
novela que sin duda leeré con verdadero deleite. Reconozco que unos relatos me
gustan más que otros; algunos me dejan fría e indiferente pero otros, como este Primus inter pares, me entusiasman y me atrapan
ya desde el título. Creo que este
flechazo se ha debido también a que me recuerda a los autores rusos que tanto
me hacen disfrutar de la literatura.
Aquí
os dejo un fragmento que podréis seguir leyendo en su blog Arrimados a la Sombra en el que Ana Martínez Blanco cuelga sus
escritos.
Primus inter pares
A la mañana siguiente, el camino a
la escuela se me hizo interminable. Los pies, helados, se hundían en el barro
con las botas empapadas, sin chanclos. A la vuelta ya noté los síntomas de la
primera pulmonía de mi vida. No me llevó al otro barrio gracias a los ruegos y
sollozos de mi madre a nuestro señor. No debemos perder brazos para el campo,
afirmó e hizo llamar al médico mientras
mi madre se arrodillaba y retorcía en reverencias.
La visita fue providencial. No sé qué influyó
más en aquel hombre, si mi fisonomía pusilánime y frágil -agravada por la
enfermedad- poco apta para tareas agrícolas o las buenas migas que hice con su
hijo. Abandoné la casa de mi madre. La pobre, asombrada musitaba: ¡ungido por
la gracia! y pasé a propiedad del médico. El hombre habló con nuestro amo.
Vista mi estampa todavía convaleciente, concluyó que no perdía gran cosa y
debía mucha salud a su médico.
De la noche a la mañana, me vi en una mansión con cama propia al calor
de los establos, para distracción y compañía de Misha, el hijo del médico. Un
chico simpático y alegre, con escaso interés para el estudio. Le ayudaba todo
lo que podía. Era mi salvoconducto. El doctor me lo advirtió: Ayuda a mi hijo y
ganarás la libertad. Soportaba las bromas con entereza. La piel dura. Como
decía padre. Los domingos cantábamos en el coro. Privilegio vedado a siervos.
Mi voz debía de ser del agrado del...
Seguir leyendo en: Arrimados a la Sombra
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