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sábado, 11 de mayo de 2019

Microrrelatos 4. "Primus inter pares" de Ana Martínez Blanco


Mi querida amiga Ana sigue escribiendo de forma regular en su blog (cosa que agradezco después de haber pasado por una etapa de sequía en la que se la echaba de menos). Me gusta leer sus historias: microrrelatos que con el tiempo se van haciendo más extensos y que espero terminen algún día en una fabulosa novela que sin duda leeré con verdadero deleite. Reconozco que unos relatos me gustan más que otros; algunos me dejan fría e indiferente pero otros, como este Primus inter pares, me entusiasman y me atrapan ya desde el título. Creo que este flechazo se ha debido también a que me recuerda a los autores rusos que tanto me hacen disfrutar de la literatura.

Aquí os dejo un fragmento que podréis seguir leyendo en su blog Arrimados a la Sombra en el que Ana Martínez Blanco cuelga sus escritos.
 

Primus inter pares

 
Sí, hijo de esclavo nací, siervo de la gleba de mi amada Rusia. Y como tal fui criado. De mi padre aprendí a ser agradecido y bajar la cabeza al paso del señor, tutor de nuestras vidas. Recuerdo el día en que la curiosidad me hizo levantar la mirada. No se le escapó a mi padre. Parecía esperar la oportunidad para castigarme. Es por tu bien, decía. La piel dura.  Sí no, la desgracia se estampará en tu cara.
A la mañana siguiente, el camino a la escuela se me hizo interminable. Los pies, helados, se hundían en el barro con las botas empapadas, sin chanclos. A la vuelta ya noté los síntomas de la primera pulmonía de mi vida. No me llevó al otro barrio gracias a los ruegos y sollozos de mi madre a nuestro señor. No debemos perder brazos para el campo, afirmó e hizo llamar al médico  mientras mi madre se arrodillaba y retorcía en reverencias.
 La visita fue providencial. No sé qué influyó más en aquel hombre, si mi fisonomía pusilánime y frágil -agravada por la enfermedad- poco apta para tareas agrícolas o las buenas migas que hice con su hijo. Abandoné la casa de mi madre. La pobre, asombrada musitaba: ¡ungido por la gracia! y pasé a propiedad del médico. El hombre habló con nuestro amo. Vista mi estampa todavía convaleciente, concluyó que no perdía gran cosa y debía mucha salud a su médico.
  De la noche a la mañana, me vi en una mansión con cama propia al calor de los establos, para distracción y compañía de Misha, el hijo del médico. Un chico simpático y alegre, con escaso interés para el estudio. Le ayudaba todo lo que podía. Era mi salvoconducto. El doctor me lo advirtió: Ayuda a mi hijo y ganarás la libertad. Soportaba las bromas con entereza. La piel dura. Como decía padre. Los domingos cantábamos en el coro. Privilegio vedado a siervos. Mi voz debía de ser del agrado del...

Seguir leyendo en: Arrimados a la Sombra
 
 

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