—¿Me estás diciendo que no lo publicarás?
—No, en absoluto —sonrió mi editora—. Gracias a ti
Transline ha ganado miles de millones de marcos, Martin. Lo publicaremos. Sólo
digo que nadie lo comprará.
—¡Te equivocas! —grité—. No todos reconocen la buena
poesía, pero hoy la leen suficientes personas para impulsar buenas ventas.
Tyrena no rio de nuevo, pero sonrió estirando los labios
verdes.
—Martin, Martin, Martin... la población de gente
alfabetizada ha disminuido constantemente desde los tiempos de Gutenberg. En el
siglo veinte, menos del dos por ciento de la población de las llamadas
democracias industrializadas leía un libro al año. Y eso fue antes de las
máquinas inteligentes, las esferas de datos y los ámbitos de interfaz directa.
Durante la Hégira, el noventa y ocho por ciento de la población de la Hegemonía
no tenía razones para leer nada. Así que no se molestaba en aprender. Hoy es
peor. Hay más de cien mil millones de seres humanos en la Red de Mundos y menos
del uno por ciento se molesta en pedir copias fax de material impreso, y mucho
menos en leer un libro.
—Se vendieron casi tres mil millones de ejemplares de La
Tierra Moribunda —le recordé.
—Sí —convino Tyrena—. Fue el efecto Pilgrim's Progress.
—¿El qué?
—El efecto Pilgrim's Progress. En el siglo... —vaciló—.
En el siglo diecisiete, en la Colonia Massachusetts de Vieja Tierra, cada
familia decente debía tener un ejemplar del Pilgrim's Progress en su casa.
Pero, por Dios, nadie estaba obligado a leerlo. Lo mismo ocurrió con Mein Kampf
de Hitler o Visiones en el ojo de un niño decapitado de Stukatsky.
—¿Quién era Hitler? —pregunté.
Tyrena sonrió.
—Un político de Vieja Tierra que escribió algunos libros.
Mein Kampf todavía está en venta... Transline renueva los derechos cada ciento
treinta y ocho años.
—Bien, mira —propuse—, me tomaré unas semanas para pulir
los Cantos y poner todo mi empeño.
—De acuerdo —asintió Tyrena.
—Supongo que querrás revisarlo como la última vez.—En absoluto. Como esta vez no hay una moda nostálgica, puedes escribirlo como desees.
Parpadeé.
—¿Quieres decir que esta vez puedo conservar el verso
blanco?
—Claro.—¿Y la filosofía?
—Por favor.
—¿Y los pasajes experimentales?
—Sí.
—¿Y lo publicarás tal como lo escriba?
—Por supuesto.
—¿Hay alguna probabilidad de que se venda?
—Ni lo sueñes.
Qué buenos inicios para el blog, Yoli. Seguiré tus consejos y desatascaré el mío
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