Con el
corazón apesadumbrado, Seqenenra volvió a subir a la litera y fue conducido al
campo bajo la luz violácea de la tarde. “No existe destrucción capaz de igualar
la tristeza de mi lenta desintegración”, pensó, al notar la silenciosa
preocupación de Si-Amón. La misma aura de patetismo los envolvía a ambos. “Los
setiu nos conquistaron sin espadas ni arcos, no incendiaron los templos ni
mataron a los sacerdotes y, sin embargo, con lentitud, con mucha lentitud, la
cara de Egipto está cambiando. La desidia logra, con el tiempo, lo que no
pueden lograr las espadas y las flechas”.
domingo, 2 de noviembre de 2025
Momentos 43. “La ciénaga de los hipopótamos” de Pauline Gedge
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