—Existe, en
verdad, la posibilidad de extirpar al Rey Gudú la capacidad de amar. Tal y como te
advertimos, esa posibilidad debe ser extrema y total. Si persistes en tu idea, hemos de pormenorizar
varios aspectos de la cuestión. Como bien sabes, no existe conjuro, encantamiento o
trato con las Fuerzas Mayores que no se halle supeditado a alguna cláusula, que
(depende de las circunstancias) puede o no resultar, a la larga,
contraproducente.
En el caso que nos ocupa, el detalle o cláusula consiste en que si a un
ser le es
extirpada la capacidad de amar, le es simultáneamente arrebatada la capacidad de llorar.
—No veo
inconveniente –dijo ella–. Tanto mejor: no conocerá esa humillante sensación.—Cierto –dijo
el Trasgo–, pero hay una cuestión más complicada en este asunto, al parecer tan
simple: si por alguna razón extraña o ajena (que no se puede prever, ya que nuestras
fuerzas son limitadas), alguna vez el sujeto tratado con tales procedimientos llegara a
derramar una lágrima, tanto él como todo aquello donde él hubiera puesto su planta, y todos
aquellos que con él hubieron existido, desaparecerán para siempre en el Olvido, en el
Tiempo y en la Tierra.
—Pero si le
extirpáis la capacidad de amar y con ello también de llorar... esa desaparición no
puede, lógicamente, producirse.
—Eso pienso
–dijo el Hechicero, aunque sin demasiada convicción.—Así lo hace
creer todo, si nuestras averiguaciones no han fallado en sus cálculos – añadió el
Trasgo–. Pero esa cláusula consta en los Tratados: y si consta allí, algún
resquicio habrá por el
que no hemos podido llegar a penetrar en su verdadera sustancia.
—No veo lógica
en vuestros temores –repitió Ardid, impaciente–. Vosotros mismos habéis dicho
que lo uno acarrea lo otro: si no ama, no llora. Si no llora, no hay por qué preocuparse.
Asintieron en
silencio los dos amigos de la Reina, pero en sus ojos latía una duda, vaga y remota,
pero duda al fin.
—Ten en cuenta
–dijo al fin el Trasgo– que nuestro poder no es un poder total. Ni aun fuera de toda
contaminación, los trasgos tenemos conocimientos de Todas las Posibilidades.
Más aún en el estado –aunque pequeño– de contaminación en que me encuentro.
Algo, quizás, hemos olvidado o no hemos sabido ver.
Discutieron largamente sobre el tema,
y al rayar el alba, pareciéndoles que en todo caso debía ser únicamente una cuestión de escrúpulos humanos más que de una probabilidad, llegaron al acuerdo de verificar la
delicada operación en el niño Gudú. Y en el transcurso de la discusión, puntualizaron algunos detalles de importancia. La Reina hizo constar que si bien Gudú no amaría a nadie,
no podía privarse al Rey de la atracción del sexo opuesto, pues debía tener descendencia y
asegurar la maldita cuestión de la sucesión, que tan en peligro había puesto los derecho del niño y, a juicio de todos, el Reino.
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