Caronte aún se sorprendió más cuando las en
ocasiones embravecidas aguas del pantano se calmaron por completo al cargar
aquellas almas en su barca. El anciano barquero que todo lo había visto se
mostró algo perplejo y decidió seguir con su cometido en silencio sin atreverse
siquiera a preguntar a los difuntos, como hacía en otras ocasiones, nada sobre
su origen o sobre la causa de su muerte. Estaba intrigado, pero el porte y la
dignidad de aquellos espíritus transeúntes le conminaban a guardar un prudente
silencio. Así Caronte, sin saberlo, transportó las almas de Lucio Marcio
Septimio, Quinto Terebelio, Sexto Digicio, Mario Juvencio y Cayo Valerio, por
el pantano que separa a los vivos de los muertos. Su asombro era creciente,
pues estaba acostumbrado a transportar almas tensas, con miradas nerviosas que
intentaban escrutar su destino entre los vapores impenetrables de la ciénaga
infernal. Sin embargo, aquellos espíritus transmitían una extraña sensación de
paz. A medio camino, Caronte ya había forjado su opinión y no dejaba de mirar
con admiración y respeto a aquellas cinco almas que navegaban con un orgullo
inédito rumbo al infierno, con un porte y una templanza sólo propia de los
héroes.
domingo, 27 de enero de 2019
Momentos 18. "Las legiones malditas" de Santiago Posteguillo.
Favoritos 18. Las legiones malditas
Género: Novela
Subgénero: Histórica
Subgénero: Histórica
Autor: Santiago Posteguillo
Título: Las legiones malditas
Año: 2008
Sinopsis:
¿Os gustan las películas de romanos? Yo debo confesar que sí. Y Gladiator de Ridley Scott es sin duda una mis favoritas (la verdad es que el bueno de Ridley tiene unas cuantas en esa lista). No deja de resultar curioso este hecho porque como ya he comentado en alguna que otra ocasión no me suelen apasionar las novelas históricas… y las películas bastante menos.
Publio Cornelio Escipión, conocido
por el apodo de Africanus, era considerado por muchos el heredero de las
cualidades militares atribuidas a su padre y a su tío. Pero de ellos no sólo
había recibido estos magníficos atributos, sino también algunos enemigos, entre
otros Asdrúbal, el hermano de Aníbal, y el general púnico Giscón, quienes
harían lo posible por acabar con su enemigo y masacrar sus ejércitos. Los
enemigos también acechaban en Roma, donde el senador Quinto Fabio Máximo, en
una jugada maestra, obliga a Escipión a aceptar la demencial tarea de liderar
las legiones V y VI que permanecían desde hacía tiempo olvidadas en Sicilia.
Así, según creía el senador, lograría deshacerse del último de los Escipiones.
Pero otro era el destino de las legiones malditas que, de la mano de Africanus,
lograrían cambiar un capítulo de la historia.
¿Os gustan las películas de romanos? Yo debo confesar que sí. Y Gladiator de Ridley Scott es sin duda una mis favoritas (la verdad es que el bueno de Ridley tiene unas cuantas en esa lista). No deja de resultar curioso este hecho porque como ya he comentado en alguna que otra ocasión no me suelen apasionar las novelas históricas… y las películas bastante menos.
Las legiones malditas fue un libro que le regalé a mi
padre en Reyes de 2017. A él le gustaba mucho leer historia pero no se animaba
con las novelas. Decidí probar suerte y cambiar un poco de tercio. Más de 800
páginas que consiguió terminar pero que no llegaron a entusiasmarle. Cada vez
que le preguntaba sobre la lectura siempre me contestaba lo mismo: estos romanos se pasaban el día matando
gente. Eran unos sanguinarios. Y no iba descaminado el hombre… Según una
amiga bibliotecaria, las novelas de Posteguillo son mejor recibidas por los
hombres que por las mujeres. Tanta sangre, tanta batalla… Yo aún no entiendo
esa división entre novelas con temática para hombres y novelas pensadas para
mujeres. Como tampoco comprendo a esa gente que deja de leer literatura
infantil o juvenil por considerarla poco seria o irrelevante. ¡En fin! ¡Qué le
vamos a hacer! Rarita que es una.
El caso es que el libro
quedó aparcado en una de las estanterías del salón hasta que un buen día me
quedé sin nada nuevo que leer. Lo miré. Era gordo, muy gordo. ¿Y si no me
gustaba? Odio dejar los libros a medias (solo me ha pasado en tres ocasiones).
Yo ya había leído con anterioridad alguna cosilla de Santiago Posteguillo (La noche
en que Frankenstein leyó el Quijote, recomendado en este mismo blog) y me
había gustado su forma de escribir. ¿Qué mejor referencia que esa?
Debo reconocer que caí
rendida ante las legiones desde el capítulo uno. No sé, lo tenía todo en mi
cabeza: los personajes, los escenarios, el vestuario, la atmósfera… No necesité
demasiado esfuerzo para adentrarse en los acontecimientos que narraba.
Acontecimientos que por otro lado conocía medianamente bien por mis estudios de
Historia Antigua. Oxidados los tenía, no voy a negarlo. Las Guerras Púnicas y
sus protagonistas hace muchos años que dejaron de preocuparme. Publio Cornelio
Escipión nunca fue un personaje al que prestara demasiada atención en aquella
época. Aunque como a la mayoría de la gente le sucederá sí recordaba a Aníbal y
sus elefantes. Doy las gracias al autor por obligarme
a repasar aquel período de la historia de Roma que ahora veo con ojos bien
distintos.
Publio Cornelio
Escipión. ¡Madre mía, menudo personaje para una serie! No puedo decir que sea
un tipo que me haya caído especialmente simpático. Lo admiro por su juventud,
por su inteligencia, por su genial visión estratégica en el campo de batalla
(nada que envidiar a Alejandro o Napoleón), por su intuición a la hora de
rodearse de hombres fieles hasta la muerte… Pero no deja de ser un hombre
tan ambicioso, cruel y despiadado como
cualquiera de sus enemigos.
No me sucede lo mismo
con la camarilla de aguerridos soldados de los que se rodea: Cayo Lelio, Lucio
Marcio Septimio, Quinto Terebelio, Sexto Diginio, Mario Juvencio, Silano, Cayo
Valerio… Hombres duros, hombres valientes para los que la Legión es su vida,
servir a Roma su destino y Escipión su dios. Son ellos los que consiguieron
arrancarme, por su entrega y su coraje, alguna que otra lagrimilla cuando sus
almas por fin se encaminaron al Elíseo.
En definitiva, una
lectura apasionante y muy didáctica. El apéndice con todos los términos en
latín que enriquecen la narración es muy útil, al igual que los mapas y
gráficos sobre la disposición de las tropas en las diferentes batallas. La
legión ya no tendrá secretos para ti jajajajaj…
Al comprar Las legiones malditas ignoraba que
formaba parte de una trilogía: Africanus.
No sé si sucederá lo mismo con El hijo
del cónsul y La traición de Roma, pero
esta segunda entrega se puede disfrutar perfectamente independientemente de las
otras dos.
sábado, 19 de enero de 2019
Poemas 7. "The Lady of Shalott" de Lord Alfred Tennyson
The Lady of Shalott
Lord Alfred Tennyson
(1832)
Part
I
On
either side the river lie
Long
fields of barley and of rye,
That
clothe the wold and meet the sky;
And
thro' the field the road runs by
To
many-tower'd Camelot;
The
yellow-leaved waterlily
The
green-sheathed daffodilly
Tremble
in the water chilly
Round
about Shalott.
Willows
whiten, aspens shiver.
The
sunbeam showers break and quiver
In
the stream that runneth ever
By
the island in the river
Flowing
down to Camelot.
Four
gray walls, and four gray towers
Overlook
a space of flowers,
And
the silent isle imbowers
The
Lady of Shalott.
Underneath
the bearded barley,
The
reaper, reaping late and early,
Hears
her ever chanting cheerly,
Like
an angel, singing clearly,
O'er
the stream of Camelot.
Piling
the sheaves in furrows airy,
Beneath
the moon, the reaper weary
Listening
whispers, ' 'Tis the fairy,
Lady
of Shalott.'
The
little isle is all inrail'd
With
a rose-fence, and overtrail'd
With
roses: by the marge unhail'd
The
shallop flitteth silken sail'd,
Skimming
down to Camelot.
A
pearl garland winds her head:
She
leaneth on a velvet bed,
Full
royally apparelled,
The
Lady of Shalott.
Part
II
No
time hath she to sport and play:
A
charmed web she weaves alway.
A
curse is on her, if she stay
Her
weaving, either night or day,
To
look down to Camelot.
She
knows not what the curse may be;
Therefore
she weaveth steadily,
Therefore
no other care hath she,
The
Lady of Shalott.
She
lives with little joy or fear.
Over
the water, running near,
The
sheepbell tinkles in her ear.
Before
her hangs a mirror clear,
Reflecting
tower'd Camelot.
And
as the mazy web she whirls,
She
sees the surly village churls,
And
the red cloaks of market girls
Pass
onward from Shalott.
Sometimes
a troop of damsels glad,
An
abbot on an ambling pad,
Sometimes
a curly shepherd lad,
Or
long-hair'd page in crimson clad,
Goes
by to tower'd Camelot:
And
sometimes thro' the mirror blue
The
knights come riding two and two:
She
hath no loyal knight and true,
The
Lady of Shalott.
But
in her web she still delights
To
weave the mirror's magic sights,
For
often thro' the silent nights
A
funeral, with plumes and lights
And
music, came from Camelot:
Or
when the moon was overhead
Came
two young lovers lately wed;
'I
am half sick of shadows,' said
The
Lady of Shalott.
Part
III
A
bow-shot from her bower-eaves,
He
rode between the barley-sheaves,
The
sun came dazzling thro' the leaves,
And
flam'd upon the brazen greaves
Of
bold Sir Lancelot.
A
red-cross knight for ever kneel'd
To
a lady in his shield,
That
sparkled on the yellow field,
Beside
remote Shalott.
The
gemmy bridle glitter'd free,
Like
to some branch of stars we see
Hung
in the golden Galaxy.
The
bridle bells rang merrily
As
he rode down from Camelot:
And
from his blazon'd baldric slung
A
mighty silver bugle hung,
And
as he rode his armour rung,
Beside
remote Shalott.
All
in the blue unclouded weather
Thick-jewell'd
shone the saddle-leather,
The
helmet and the helmet-feather
Burn'd
like one burning flame together,
As
he rode down from Camelot.
As
often thro' the purple night,
Below
the starry clusters bright,
Some
bearded meteor, trailing light,
Moves
over green Shalott.
His
broad clear brow in sunlight glow'd;
On
burnish'd hooves his war-horse trode;
From
underneath his helmet flow'd
His
coal-black curls as on he rode,
As
he rode down from Camelot.
From
the bank and from the river
He
flash'd into the crystal mirror,
'Tirra lirra,
tirra lirra:'
Sang Sir
Lancelot.
She
left the web, she left the loom
She
made three paces thro' the room
She
saw the water-flower bloom,
She
saw the helmet and the plume,
She
look'd down to Camelot.
Out
flew the web and floated wide;
The
mirror crack'd from side to side;
'The
curse is come upon me,' cried
The
Lady of Shalott.
Part
IV
In
the stormy east-wind straining,
The
pale yellow woods were waning,
The
broad stream in his banks complaining,
Heavily
the low sky raining
Over
tower'd Camelot;
Outside
the isle a shallow boat
Beneath
a willow lay afloat,
Below
the carven stern she wrote,
The
Lady of Shalott.
A
cloudwhite crown of pearl she dight,
All
raimented in snowy white
That
loosely flew (her zone in sight
Clasp'd
with one blinding diamond bright)
Her
wide eyes fix'd on Camelot,
Though
the squally east-wind keenly
Blew,
with folded arms serenely
By
the water stood the queenly
Lady
of Shalott.
With
a steady stony glance—
Like
some bold seer in a trance,
Beholding
all his own mischance,
Mute,
with a glassy countenance—
She
look'd down to Camelot.
It
was the closing of the day:
She
loos'd the chain, and down she lay;
The
broad stream bore her far away,
The
Lady of Shalott.
As
when to sailors while they roam,
By
creeks and outfalls far from home,
Rising
and dropping with the foam,
From
dying swans wild warblings come,
Blown
shoreward; so to Camelot
Still
as the boathead wound along
The
willowy hills and fields among,
They
heard her chanting her deathsong,
The
Lady of Shalott.
A
longdrawn carol, mournful, holy,
She
chanted loudly, chanted lowly,
Till
her eyes were darken'd wholly,
And
her smooth face sharpen'd slowly,
Turn'd
to tower'd Camelot:
For
ere she reach'd upon the tide
The
first house by the water-side,
Singing
in her song she died,
The
Lady of Shalott.
Under
tower and balcony,
By
garden wall and gallery,
A
pale, pale corpse she floated by,
Deadcold,
between the houses high,
Dead
into tower'd Camelot.
Knight
and burgher, lord and dame,
To
the planked wharfage came:
Below
the stern they read her name,
The
Lady of Shalott.
They
cross'd themselves, their stars they blest,
Knight,
minstrel, abbot, squire, and guest.
There
lay a parchment on her breast,
That
puzzled more than all the rest,
The
wellfed wits at Camelot.
'The
web was woven curiously,
The
charm is broken utterly,
Draw
near and fear not,—this is I,
The
Lady of Shalott.'
Y ahora, la preciosa versión de Loreena McKennitt:
La dama de Shalott
Parte 1
A las márgenes del río, allí se extienden
Campos anchos de cebada y de centeno
Que revisten desde el llano hasta su cielo;
Y los cruza aquel camino que conduce
A las torres: Camelot
Y la gente viene y va mirando fijo
Al lugar donde los lirios florecientes
Forman ronda de una isla, allí debajo:
Es la isla de Shalott.
Campos anchos de cebada y de centeno
Que revisten desde el llano hasta su cielo;
Y los cruza aquel camino que conduce
A las torres: Camelot
Y la gente viene y va mirando fijo
Al lugar donde los lirios florecientes
Forman ronda de una isla, allí debajo:
Es la isla de Shalott.
Palidece el sauce, el álamo vacila
Y las brisas ya temblando se ensombrecen
Tras las ola que recorre para siempre
Ese río que vecino de la isla
Va fluyendo a Camelot
Cuatro muros grises, cuatro grises torres
Dan desdén a un exterior copioso en flores:
Son la isla silenciosa que aprisiona
A la Dama de Shalott
Y las brisas ya temblando se ensombrecen
Tras las ola que recorre para siempre
Ese río que vecino de la isla
Va fluyendo a Camelot
Cuatro muros grises, cuatro grises torres
Dan desdén a un exterior copioso en flores:
Son la isla silenciosa que aprisiona
A la Dama de Shalott
Junto al margen tras el velo de los juncos
Se deslizan las barcazas remontadas
Por equinos con sosiego; y escondidas
Van barquillas con sedoso, raudo impulso;
Van flotando a Camelot
¿Mas acaso alguien la vio agitar su mano?
¿O apoyada en el balcón de su ventana?
¿Quién conoce de la gente de este estado,
A la Dama de Shalott?
Se deslizan las barcazas remontadas
Por equinos con sosiego; y escondidas
Van barquillas con sedoso, raudo impulso;
Van flotando a Camelot
¿Mas acaso alguien la vio agitar su mano?
¿O apoyada en el balcón de su ventana?
¿Quién conoce de la gente de este estado,
A la Dama de Shalott?
Sólo aquellos que a la siega van temprano
Entre tanta espiga lista de cebada
Escucharon la canción cuyo eso se halla
En el río dulce y claro serpenteando
A las torres: Camelot.
E impaciente el segador al plenilunio
Mientras pone su cosecha en altas parvas
Escuchándola musita: “Es la encantada,
es la Dama de Shalott”
Entre tanta espiga lista de cebada
Escucharon la canción cuyo eso se halla
En el río dulce y claro serpenteando
A las torres: Camelot.
E impaciente el segador al plenilunio
Mientras pone su cosecha en altas parvas
Escuchándola musita: “Es la encantada,
es la Dama de Shalott”
Parte 2
Y una trama ella entreteje noche y día
Una tela rica y mágica en colores
Un susurro le ha predicho maldiciones
Si una vez mira curiosa y atrevida
Hacia abajo, a Camelot
No comprende del augurio el contenido
Y no tiene ya su vida otro motivo
esta Dama de Shalott
Una tela rica y mágica en colores
Un susurro le ha predicho maldiciones
Si una vez mira curiosa y atrevida
Hacia abajo, a Camelot
No comprende del augurio el contenido
Y no tiene ya su vida otro motivo
esta Dama de Shalott
Y en la faz de una gran espejo cristalino
Que colgado permanece el año entero
Ve pasar la vida externa en un reflejo
Y aparece entre esas sombras el camino
Serpenteando a Camelot
Por su espejo pasa el agua cantarina
Las feriantes con sus capas coloradas,
Y los toscos, habitantes de la villa,
Van dejando atrás Shalott
Que colgado permanece el año entero
Ve pasar la vida externa en un reflejo
Y aparece entre esas sombras el camino
Serpenteando a Camelot
Por su espejo pasa el agua cantarina
Las feriantes con sus capas coloradas,
Y los toscos, habitantes de la villa,
Van dejando atrás Shalott
Cada tanto ve un tropel de damiselas
O un abad sobre un jamelgo a lento paso
O un pasto mozuelo y pelo ensortijado,
O algún paje pelilargo, en ropas granas,
Pasa rumbo a Camelot
Y a través de los azules de su espejo
Caballeros, cabalgando, van de a dos,
Mas no tiene un caballero fiel y apuesto
Esta Dama de Shalott
O un abad sobre un jamelgo a lento paso
O un pasto mozuelo y pelo ensortijado,
O algún paje pelilargo, en ropas granas,
Pasa rumbo a Camelot
Y a través de los azules de su espejo
Caballeros, cabalgando, van de a dos,
Mas no tiene un caballero fiel y apuesto
Esta Dama de Shalott
Pero aún halla deleites en su trama:
Teje mágicas visiones del espejo
Pues frecuente y en las noches de silencio
Un cortejo funeral con tea y pompa
Marcha lento a Camelot
O en momento en que el cenit la luna logra
Dos amantes que recién se desposaron.
“Ya estoy harta de las sombras”
(Ay! la Dama de Shalott)
Teje mágicas visiones del espejo
Pues frecuente y en las noches de silencio
Un cortejo funeral con tea y pompa
Marcha lento a Camelot
O en momento en que el cenit la luna logra
Dos amantes que recién se desposaron.
“Ya estoy harta de las sombras”
(Ay! la Dama de Shalott)
Parte 3
A distancia de un flechazo de sus torres
Cabalgaba entre las vainas de cebada
Y en las hojas todo el sol reververaba
Para arder sobre aquel bronce de las grebas
Del audaz Sir Lancelot
Y un cruzado rinde honores prosternado
Para siempre a una doncella, allí en su escudo
Que relumbra sobre el campo ya maduro
Que está al lejos de Shalott
Cabalgaba entre las vainas de cebada
Y en las hojas todo el sol reververaba
Para arder sobre aquel bronce de las grebas
Del audaz Sir Lancelot
Y un cruzado rinde honores prosternado
Para siempre a una doncella, allí en su escudo
Que relumbra sobre el campo ya maduro
Que está al lejos de Shalott
Brillan libres ya las gemas de su brida
Cual visión de rama espléndida en estrellas
Que pendiera de galaxia empavonada
Y del freno se alborozan las campanas
Mientras marcha a Camelot
Y es trompeta poderosa y argentina
La que cuelga de su cinto blasonado
Cabalgando su armadura resonaba
Aunque lejos de Shalott
Cual visión de rama espléndida en estrellas
Que pendiera de galaxia empavonada
Y del freno se alborozan las campanas
Mientras marcha a Camelot
Y es trompeta poderosa y argentina
La que cuelga de su cinto blasonado
Cabalgando su armadura resonaba
Aunque lejos de Shalott
Bajo un cielo transparente y azulado
Fulguraban los doseles de su silla,
Y la pluma iba orgullosa sobre el yelmo:
Eran ambas llamaradas de un incendio
Cabalgando a Camelot
Y es cual largo y estelado meteoro
Que, debajo las estrellas en racimo,
Pasajero rasga el púpura nocturno
De la calma de Shalott
Fulguraban los doseles de su silla,
Y la pluma iba orgullosa sobre el yelmo:
Eran ambas llamaradas de un incendio
Cabalgando a Camelot
Y es cual largo y estelado meteoro
Que, debajo las estrellas en racimo,
Pasajero rasga el púpura nocturno
De la calma de Shalott
Su semblante bajo febo centelleaba;
Su corcel iba en espléndida herradura;
Por debajo de aquel yelmo la negrura
de sus rizos, ondulando, se asomaba.
Iba rumbo a Camelot
Su figura desde el borde copió el agua
Para enviarla hasta el cristal de aquel espejo
“Tira-Lira, tira-lira” por el río
Fue cantando Lancelot
Su corcel iba en espléndida herradura;
Por debajo de aquel yelmo la negrura
de sus rizos, ondulando, se asomaba.
Iba rumbo a Camelot
Su figura desde el borde copió el agua
Para enviarla hasta el cristal de aquel espejo
“Tira-Lira, tira-lira” por el río
Fue cantando Lancelot
Dejó ya su trama, paró su textura,
Cruzó con tres pasos su viejo aposento
Miró aquellos lirios: los vió floreciendo;
Miro ya aquel yelmo, miro aquella pluma
Dió su rostro a Camelot
Y el tejido se voló y flotó extendido,
Y el espejo se quebró de lado a lado.
“La desgracia me alcanzó” –fue el alarido
de la Dama de Shalott.
Cruzó con tres pasos su viejo aposento
Miró aquellos lirios: los vió floreciendo;
Miro ya aquel yelmo, miro aquella pluma
Dió su rostro a Camelot
Y el tejido se voló y flotó extendido,
Y el espejo se quebró de lado a lado.
“La desgracia me alcanzó” –fue el alarido
de la Dama de Shalott.
Parte 4
Del oriente todo el viento tempestuoso
Puso pálida la selva amarillenta,
Y el arroyo protestaba en sus riberas;
Y azotaba un aguacero tormentoso
Sobre toda Camelot
Y al bajar la Dama hallóse con un bote
Que flotaba bajo un sauce en la ribera.
Y en la proa de esa barca puso el nombre
De la “Dama de Shallott”
Puso pálida la selva amarillenta,
Y el arroyo protestaba en sus riberas;
Y azotaba un aguacero tormentoso
Sobre toda Camelot
Y al bajar la Dama hallóse con un bote
Que flotaba bajo un sauce en la ribera.
Y en la proa de esa barca puso el nombre
De la “Dama de Shallott”
Ya en la opaca latitud de aquellas aguas
-Viendo toda la verdad de su infortunio
Como en trance de atrevido visionario
Con semblante ya vidrioso y macilento
Miró rumbo a Camelot
Y a la hora en que la luz ya fenecía
Las amarras liberó mientras subía
Y a parajes alejados llevó el río
A la Dama de Shalott
-Viendo toda la verdad de su infortunio
Como en trance de atrevido visionario
Con semblante ya vidrioso y macilento
Miró rumbo a Camelot
Y a la hora en que la luz ya fenecía
Las amarras liberó mientras subía
Y a parajes alejados llevó el río
A la Dama de Shalott
Blanco níveo iba ondulante su atavío
A siniestra y a la diestra de la nave,
-La hojarasca lloviznaba suavemente
Y a través de los sonidos nocturnales
Navegó hacia Camelot.
Mientras tato que la proa zahería
Los sauzales y los verdes derredores,
Su canción se oyó cantar por vez postrera
A la Dama de Shalott
A siniestra y a la diestra de la nave,
-La hojarasca lloviznaba suavemente
Y a través de los sonidos nocturnales
Navegó hacia Camelot.
Mientras tato que la proa zahería
Los sauzales y los verdes derredores,
Su canción se oyó cantar por vez postrera
A la Dama de Shalott
Fue canción entre sagrada y lastimera
Cuyo tono fue de a poco decayendo
Con su sangre congelándose en silencio
Y sus ojos se volvieron sombra e eterna
Rumbo a aquella Camelot
Porque antes que las aguan la arrastrasen
A la casa más cercana de la orilla
Ya era muerta para siempre en su elegía
(Ay! La Dama de Shalott)
Cuyo tono fue de a poco decayendo
Con su sangre congelándose en silencio
Y sus ojos se volvieron sombra e eterna
Rumbo a aquella Camelot
Porque antes que las aguan la arrastrasen
A la casa más cercana de la orilla
Ya era muerta para siempre en su elegía
(Ay! La Dama de Shalott)
Bajo torres y balcones y fachadas
Por los pórticos y muros de los huertos
Como sombra de luz tenue fue boyando
Con su yerta palidez entre altas casas
En silencio a Camelot
Y al espacio de aquel muelle concurrieron
Caballeros y burgueses, lores, damas,
Y leyeron en la proa de la barca:
(Ay!) “La Dama de Shalott”
Por los pórticos y muros de los huertos
Como sombra de luz tenue fue boyando
Con su yerta palidez entre altas casas
En silencio a Camelot
Y al espacio de aquel muelle concurrieron
Caballeros y burgueses, lores, damas,
Y leyeron en la proa de la barca:
(Ay!) “La Dama de Shalott”
¿Quién es ésta?, ¿Aquí qué hace?, se decían
Y en las salas del palacio iluminado
Se apagó el sonido regio, en su alegría.
Los hidalgos con la cruz se persignaron
De temor, en Camelot.
Y en susurro, Lancelot, con voz muy queda,
Sólo dijo “Tiene un rostro muy hermoso;
Dios piadoso le conceda gracia eterna
A esta Dama de Shalott”.
Y en las salas del palacio iluminado
Se apagó el sonido regio, en su alegría.
Los hidalgos con la cruz se persignaron
De temor, en Camelot.
Y en susurro, Lancelot, con voz muy queda,
Sólo dijo “Tiene un rostro muy hermoso;
Dios piadoso le conceda gracia eterna
A esta Dama de Shalott”.
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