Dicen que su padre fue un cometa y
su madre un viento cósmico, que hace malabarismos con los planetas como si
fueran plumas y lucha contra agujeros negros sólo para abrir el apetito. Dicen
que nunca duerme, que sus ojos arden con un brillo más fuerte que el de una
nova, y que su grito puede arrasar montañas.
Lo
llaman Santiago.
Allá lejos, en el Cerco Galáctico,
en el borde mismo de la Frontera Exterior, existe un mundo llamado Azulplata.
Es un mundo acuático; apenas un puñado de islas salpica el océano que cubre su
superficie. Si uno se detiene en la más grande de las islas y contempla el
cielo nocturno, se puede ver casi toda la Vía Láctea: un gran río titilante de
estrellas que parece fluir a través de la mitad del universo.
Y
si lo haces obre la costa occidental de la isla, durante el día, de espaldas al
agua, puede observar un loma cubierta de hierba. Sobre ella hay diecisiete
cruces blancas, cada una con el nombre de un buen hombre o una buena mujer que alguna
vez pensaron en colonizar este agradable mundo.
Y
bajo cada nombre aparece la misma leyenda, repetida diecisiete veces:
Asesinado por Santiago.
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