-¿Quién anda
ahí? ¡Ve a verlo, Artyom!
Artyom se levantó
de mala gana del lugar que ocupaba junto a la hoguera, y con el fusil
de asalto en ristre se adentró en la oscuridad. Se detuvo en el margen
de la zona iluminada, quitó ruidosamente el seguro del arma y gritó
con voz ronca:
-¡Alto ahí!
¡Contraseña!
Hacía un minuto,
había llegado a sus oídos un extraño roce y un sordo murmullo en la penumbra.
Pero entonces se oyeron unos pasos apresurados. Alguien escapaba
hacia las profundidades del túnel. Se había asustado de la voz rasposa
de Artyom y del chasquido del arma. Artyom volvió apresuradamente
junto a la hoguera y le gritó a Pyotr Andreyevich:
-Se ha largado
sin contestar.
-¡Inepto! Sabes
bien cuál es la orden: ¡Disparar de inmediato contra todo el que no
responda! Si no ¿cómo vas a saber de quién se trata? ¡Quizá fuera un
ataque de los Negros!
-No, no lo
creo. No era un humano… esos ruidos… y esa manera de caminar tan extraña…
¿Cree usted que no sé distinguir las pisadas de un hombre? Usted mismo
sabe muy bien, Pyotr Andreyevich, que los Negros atacan sin avisar. Hace
poco asaltaron un puesto con las manos desnudas. Avanzaron contra el
fuego de ametralladora. Pero esa criatura que estaba ahí ha puesto
pies en polvorosa… debía de ser un animal asustado.
-¡Ah, sí,
claro, Artyom, tú siempre tan listo! Pero si te han dado una orden, tu
deber es cumplirla y no darle más vueltas. Quizá fuera un espía. Ha
visto que somos pocos, y que sería fácil pillarnos desprevenidos… y
ahora nos van a liquidar, nos clavarán a cada uno un cuchillo en la garganta
y luego masacrarán a la estación entera, como en Poleshayevskaya,
y todo eso ocurrirá tan sólo porque no te lo has cargado cuando correspondía…
¡Ándate con ojo! ¡La próxima vez te ordenaré perseguirlo por el túnel!
Arjom se estremeció.
Trató de imaginar lo que podía haber en el túnel más allá de la frontera,
que se encontraba a 700 metros. Sentía pavor sólo con pensarlo. Nadie
se atrevía a sobrepasar los 700 metros en dirección norte. Las patrullas
iban con la dresina hasta el metro 500, iluminaban los postes de la
frontera con el proyector, y, tan pronto como se cercioraban de que no
se les había colado nada raro, volvían sobre sus pasos a toda velocidad.
Incluso los exploradores -hombres aguerridos, antiguos infantes
de Marina- se detenían en el metro 680, ocultaban la lumbre de los cigarros
con la mano y se limitaban a escudriñar las tinieblas con sus aparatos
de visión nocturna. Luego retrocedían con paso lento, silencioso,
sin dejar de vigilar el túnel, sin darse siquiera la vuelta.
El puesto
de observación donde montaban guardia en aquel momento se hallaba
en el metro 450, a
unos cincuenta de los postes fronterizos. Los controles en la frontera
tenían lugar una vez al día, y habían pasado ya varias horas desde
el último. Se hallaban en el puesto más avanzado. Unas criaturas -que
tal vez no lo hubieran hecho antes por temor a la patrulla- se estaban
acercando a la hoguera. A los hombres.
Artyom se
sentó y preguntó:
-¿Qué ocurrió
exactamente en Poleshayevskaya?
En realidad,
él ya se sabía la historia, una historia que helaba la sangre. Unos mercaderes
se la habían contado en la estación. Con todo, se emocionaba cada
vez que se la volvían a contar, igual que un niño que quiere que le cuenten
todo el rato historias terroríficas sobre mutantes sin cabeza y
vampiros que raptan bebés.
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