—¡A votar por un jefe!
—¡Vamos a votar!...
Votar era para ellos un juguete casi tan divertido como
la caracola.
Jack empezó a protestar, pero el alboroto cesó de
reflejar el deseo general de encontrar un jefe para convertirse en la elección
por aclamación del propio Ralph. Ninguno de los chicos podría haber dado una
buena razón para aquello; hasta el momento, todas las muestras de inteligencia
habían procedido de Piggy, y el que mostraba condiciones más evidentes de jefe
era Jack. Pero tenía Ralph, allí sentado, tal aire de serenidad, que le hacía
resaltar entre todos; era su estatura y su atractivo; mas de manera
inexplicable, pero con enorme fuerza, había influido también la caracola. El
ser que hizo sonar aquello, que les aguardó sentado en la plataforma con tan
delicado objeto en sus rodillas, era algo fuera de lo corriente.
—El del caracol.
—¡Ralph! ¡Ralph!
—Que sea jefe ese de la trompeta. Ralph alzó una mano
para callarles.
—Bueno, ¿quién quiere que Jack sea jefe? Todos los del
coro, con obediencia inerme, alzaron las manos.
—¿Quién me vota a mí?
Todas las manos restantes, excepto la de Piggy, se
elevaron inmediatamente.
Después también Piggy, aunque a regañadientes, hizo lo
mismo.
Ralph las contó.
—Entonces, soy el jefe.
El círculo de muchachos rompió en aplausos. Aplaudieron
incluso los del coro. Las pecas del rostro de Jack desaparecieron bajo el
sonrojo de la humillación. Decidió levantarse, después cambió de idea y se
volvió a sentar mientras el aire seguía tronando. Ralph le miró y con el vivo
deseo de ofrecerle algo:
—El coro te pertenece a ti, por supuesto.
—Pueden ser nuestro ejército...
—O los cazadores...
—Podrían ser...
Desapareció el sofoco de la cara de Jack. Ralph volvió a
pedir silencio con la mano.
—Jack tendrá el mando de los del coro. Pueden ser... ¿Tú
qué quieres que sean?
—Cazadores.
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